Donald Trump aborda en ocasiones otros temas, pero en el que se siente cómodo es en el que constituye el foco de su oferta electoral: la construcción de un muro en la frontera con México.

Sabe que refiriéndose a este tema, cuando está entre sus partidarios, tiene el aplauso seguro. Cuando un mitin parece no despertar, lo ha reconocido, habla del muro, y aquello se reanima. Y para subir el entusiasmo, el candidato republicano grita que ese muro será pagado por México. Entonces viene el delirio.

Están de más los complejos asuntos que debe atender y resolver el país más poderoso del mundo, el de la economía más grande, el del ejército mejor armado y más desperdigado, el que más intereses tiene en el exterior y el que más temeroso parece ante eventuales ataques terroristas.

Todo pasa a segundo y tercer término porque lo que importa es el muro. Un muro para el discurso, el mitin y el aplauso. Es la simplificación extrema de la realidad. Un muro para resolverlo todo.

Un muro impedirá que más mexicanos lleguen a Estados Unidos de manera irregular, dice. Y al mismo tiempo propone deportar a todos los indocumentados, retirar los apoyos federales a las “ciudades santuario” de migrantes, cobrar el costo de las deportaciones y cancelar los empleos ocupados por indocumentados.

Sabe que todo ello es inviable, pero lo promete porque le permite disfrutar de cierto momento gozoso ante sus seguidores.

Puesto que él ha puesto al muro como emblema de sus obsesiones, habrá que responderle con muros, y no de tabiques.

Hay que poner un muro eficaz y sistemático al tráfico de armas desde EU a México, armas que terminan en manos de delincuentes y con las que se siembra el terror y la muerte en muchas zonas de nuestro país.

Un muro para contener la tradicional y creciente demanda de drogas por parte de los estadounidenses, que son el mercado que motiva la producción y trasiego de estupefacientes desde diferentes partes del mundo, y que en consecuencia da lugar a tanta violencia criminal en México.

Un muro para cerrarle el paso a su retórica vacía, racista y destructiva, porque si en los meses recientes la sociedad estadounidense se polarizó e incluso corrió y corre el riesgo de que las actuales campañas políticas tengan rasgos de violencia, es porque Trump siembra la división, la confrontación y el encono con un discurso excluyente y persecutorio.

Un muro para que no se dé un caso más de mexicanos asesinados por la Patrulla Fronteriza o por crímenes de odio y también para que paren los abusos y asesinatos policiales en contra de afroamericanos.

En el corto plazo, sin embargo, el mejor muro para Trump es el del voto latino.

Es posible que en las elecciones del próximo noviembre, el voto latino, que hace cuatro años llegó a 13.5 millones de votos, ascienda a15.5 millones.

Este voto puede ser el mejor de los muros que podemos dedicarle al magnate inmobiliario. En 2004, George W. Bush ganó la presidencia porque obtuvo 44 por ciento del voto latino; y en 2012 Barack Obama repitió en la Casa Blanca porque atrajo 71 por ciento de ese voto.

Una encuesta reciente del Pew Research Center señala que 66 por ciento de los latinos dicen que votarán por Hillary Clinton y 24 por ciento por Trump.

A dos meses de las elecciones, esos porcentajes pueden variar, pero es de esperarse que después del discurso antiinmigrante de Trump en Arizona los latinos tengan más claro aún que éste representa una amenaza no sólo para ellos sino para el país y el mundo.

Los latinos, tan agredidos y menospreciados por el candidato republicano, pueden ser el gran muro para asegurar que no llegue a la presidencia.

Si el muro del sufragio cumple su cometido, Trump se irá a su casa y la palabra muro volverá a ser una palabra para designar afanes históricos o para nombrar monumentos turísticos, pero nunca más para pretender dividir a naciones o pueblos ni para simbolizar ningún tipo de segregación.

Secretario general de la Cámara de Diputados

y especialista en derechos humanos

@mfarahg

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