Margarita Campuzano

Madre Tierra, la Gran Madre, la Madre Naturaleza, la Pachamama, Gaia, conceptos femeninos acuñados para nombrar a nuestro planeta y a la biodiversidad que lo habita. Históricamente, lo femenino se ha vinculado estrechamente con este tema debido, en parte, a la clara analogía que existe entre la mujer y la tierra como dadoras y protectoras de la vida, como símbolo de la fertilidad, pero también, explicado en gran parte por los roles sociales que le fueron asignados a las mujeres en diversas culturas.

Las mujeres juegan un papel preponderante en lo que se refiere a la gestión, cuidado y aprovechamiento de los recursos naturales. Participan con entusiasmo en actividades para el cuidado del agua, la protección de la biodiversidad, la reforestación y el desarrollo de proyectos productivos con bienes agropecuarios. Son ellas, también, quienes en faceta de guerreras, codo a codo con los hombres, montan guardias para evitar que sus bosques sean talados, que sus ríos sean desviados o trasvasados, quienes rescatan especies amenazadas, quienes se organizan para evitar que sus territorios sean invadidos y que se impongan megaproyectos de infraestructura o turísticos sin consulta previa, libre e informada a la comunidad.

Ejemplos hay muchísimos. Sólo por mencionar tres destacados para el caso de México: Bettina Cruz y su labor en el Istmo de Tehuantepec para que el proyecto Eólicas del Sur respete a la comunidad en la que pretende instalarse y comparta los beneficios del desarrollo que busca generar; Leydi Pech, mujer maya que trabaja diariamente para evitar la siembra de soya transgénica en su territorio, pues ésta amenaza su forma de vida y la actividad económica que desarrollan, exportando miel orgánica a varios países de Europa; Flora Guerrero, directora de Guardianes de los Árboles, y su incansable labor por la defensa de los bosques y barrancas de Morelos.

No es posible omitir, a manera de homenaje, a Berta Cáceres, líder indígena lenca, activista del medio ambiente en Honduras, ganadora del Premio Goldman, máximo reconocimiento mundial para defensores del medio ambiente, asesinada el año pasado por su defensa del río Gualcarque en contra de la instalación de un proyecto hidroeléctrico.

El binomio mujer-pobreza, del cual habló con preocupación la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1995, fue tristemente considerado vigente en Beijing+20. Se habló nuevamente de que la pobreza sigue teniendo rostro de mujer, de que la erradicación de la pobreza, el desarrollo social, la protección del medio ambiente y la justicia social exigen la participación de la mujer, así como que la degradación del medio ambiente, la cual afecta a todos los seres humanos, suele tener una repercusión más directa en las mujeres, puesto que son ellas quienes, en muchos de los casos, caminan kilómetros para recoger agua, pescan o cultivan la tierra.

Por estas mismas razones, las mujeres son también más vulnerables que los hombres a los efectos del cambio climático; de ahí que resulte estratégico involucrarlas en el diseño y ejecución de políticas públicas, ya que conocen de primera mano y por experiencia directa las buenas prácticas en materia de ahorro de energía, reforestación, conservación del territorio y la biodiversidad, defensa de la soberanía alimentaria y el manejo sustentable del agua, entre muchos otros temas. A pesar de ello, su voz suele ser la última a la que se presta atención en la planificación y la gestión ambientales. Parece inverosímil que en pleno siglo XXI aún existan regiones del mundo en las cuales las mujeres no tienen derecho a poseer o heredar tierras.

Estas realidades fueron reconocidas desde el siglo pasado por los creadores del ecofeminismo, movimiento o corriente cuyo fin es poner fin a las políticas de dominación y explotación en contra de quienes han sido históricamente más vulnerables e impactados por éstas: las mujeres y el medio ambiente. Vandana Shiva, científica y ambientalista india que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1993, es una de sus principales exponentes, al encabezar el movimiento en contra de los productos transgénicos, por considerar que atentan contra la raíz misma de la cultura y la soberanía alimentaria de los pueblos.

A la mujer se le retoma como un ente abstracto, se le sublima y utiliza recurrentemente como figura mítica para simbolizar el origen de la vida y la fuente de la energía vital. El arquetipo de la Gran Madre se relaciona con la prosperidad, el alimento, la tierra, los buenos cultivos y la salud. Es hora de que, reconociendo la labor esencial que diariamente desempeña la mujer en este terreno, trabajemos en lo concreto para que las mujeres podamos gozar efectivamente del pleno ejercicio de nuestros derechos humanos y beneficiarnos directamente del mundo sustentable que estamos contribuyendo a construir.

Directora de Comunicación del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, A.C. (CEMDA)

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