Basta hojear las primeras páginas de las Constituciones de muchos de los países de América Latina para encontrar un derecho fundamental: el de cada niño y joven a recibir una educación. Los marcos legales contemplan a las instituciones del sector público como principal garante para proveer educación, pero no el único. Las familias, la sociedad civil organizada y el sector privado también son reconocidos como partícipes en esta tarea. Pero, ¿realmente están trabajando juntos todos estos actores para que nuestros niños y jóvenes alcancen su máximo potencial?

Tradicionalmente, cuando de educación se trata, la relación entre el sector público, el sector privado y la sociedad civil ha estado definida por un trabajo en el que existe mínima coordinación. En algunas ocasiones, se piensa que las agendas específicas de cada sector son irreconciliables, de manera que las oportunidades de sinergias se descartan incluso antes de concebir puntos de encuentro.

Tender puentes entre sectores para hacer de la educación una agenda compartida es no solo necesario sino también urgente. La baja calidad y desigualdad de los aprendizajes todavía está presente en los sistemas educativos de la región: de los estudiantes de ocho países latinoamericanos que participaron en las pruebas internacionales PISA en el año 2012, 63% no alcanzaron el nivel mínimo en términos de habilidades matemáticas. Por otro lado, tres de cada cuatro estudiantes carecen de infraestructura escolar adecuada. Y, ¿cómo no unir esfuerzos cuando sabemos que existen 15 millones de jóvenes en la región a los que no les ofrecemos oportunidades de educación o empleo?

Pero, de la misma manera, también hay razones para ser optimistas y pensar que en la región podemos armar el mejor equipo para la educación de nuestros niños y jóvenes. Existe una tendencia en la región que durante los últimos años ha mostrado cómo las alianzas público-privadas (APPs) han ido progresivamente creando espacios discursivos, institucionales e incluso legales para promover y facilitar el trabajo conjunto. Estas alianzas reconocen que tanto el sector público como el privado y la sociedad civil, tienen la capacidad de poner sobre la mesa soluciones innovadoras y disruptivas que promuevan calidad en la educación.

Estas alianzas por la educación han ido tomando formas y visiones diferentes a medida que han respondido a la diversidad de contextos políticos, económicos y sociales de la región. Un ejemplo concreto es el caso de las “Asistencias Técnicas Externas” en Chile, a través de las cuales el gobierno promueve y regula la oferta certificada por parte de proveedores privados de servicios enfocados en mejorar el aprendizaje.

El alcance y capacidad de replicación de los distintos tipos de alianzas puede ser significativo, incluso cuando en sus inicios parezcan esfuerzos modestos. Por ejemplo, el Programa “Jóvenes de Futuro” en Brasil, es posible gracias a la colaboración entre autoridades estatales y el Instituto Unibanco, ya está siendo implementado en más de 15 estados en el país. Esta expansión no ha ocurrido como una simple mímica, sino que ha involucrado distintas evaluaciones acerca de la efectividad del programa para mejorar los niveles de aprendizaje y las tasas de deserción escolar.

El mensaje entonces es claro: las alianzas público-privadas pueden convertirse en una opción viable para afrontar los retos educativos de América Latina de una forma concertada. Desde el BID creemos en generar espacios de encuentro y de diálogo que permitan precisamente cultivar relaciones basadas en la confianza entre los gobiernos de la región, representantes del sector privado y organizaciones de la sociedad civil. Por eso, en noviembre, reunimos en Washington a representantes del sector público y privado de más de 14 países para identificar proyectos, oportunidades y desafíos en común.

Cada día, los gobiernos, las familias y el sector productivo pedimos a los estudiantes de la región que den lo mejor de sí por el futuro de su país. Es precisamente con la mirada puesta en ese futuro que queremos para ellos y nuestros países, que efectuamos un llamado a que todos los sectores de la sociedad consoliden los esfuerzos que permitan a esos niños, niñas, y jóvenes de América Latina adquirir los aprendizajes y las habilidades que necesitan para que nuestra región alcance su máximo potencial.

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