“Siento feo, es algo que no va a parar”, me dice un querido amigo francés cuando le pido su reacción un par de horas después de los ataques de la noche del 13 de noviembre en París.

En el otoño de 2014, el presidente Barack Obama hablaba de derrotar y destruir al Estado Islámico (Daesh, por sus siglas en árabe). Ahora se limita a decir que es imperativo contener a este grupo terrorista.

Apenas hace 10 meses se produjo una indignación global por los asesinatos contra 12 periodistas de Charlie Hebdo, también en París. La condena al terrorismo y la solidaridad se multiplicaron a través del planeta. Se temía que sobrevinieran nuevos ataques, y así ha ocurrido.

El comandante en jefe de las fuerzas armadas más poderosas del mundo, el presidente estadounidense Barack Obama, hablaba hace un par de años de poner fin al régimen encabezado por Bashar al-Assad en Siria, y ahora sólo intenta contenerlo a través de la mediación de Moscú.

Con mi enérgica condena y rechazo al terrorismo asesino, me quedo con algunas certezas y nuevas preguntas: ¿no estamos ante un conflicto interreligioso, de cristianos contra musulmanes, o ante un conflicto de civilizaciones: árabes contra occidentales? Lo preocupante es el fundamentalismo que manipula las religiones (cristiana, el islam o el judaísmo) con fines de poder político.

Supimos cuántos civiles fueron asesinados en las Torres Gemelas. Conocimos el número de bajas del ejército estadounidense en Irak. Sabremos cuántos franceses fueron bárbaramente asesinados en el Bataclán. Preguntémonos entonces: ¿quién lleva la cuenta del número de iraquíes y sirios inocentes muertos a raíz de la brutalidad del Estado Islámico y de los bombardeos occidentales?, ¿o debemos pensar acaso que hay dirigentes mundiales que tienen permiso para matar?

Los extremistas fanáticos se refuerzan mutuamente. Al-Assad justifica su permanencia por la existencia del Estado Islámico. En Francia, la intención de voto por el Frente Nacional, extremadamente hostil contra los inmigrantes, se fortalece después de cada ataque terrorista.

Los mexicanos conocemos la barbarie en carne propia: la matanza de 43 estudiantes normalistas en Iguala es el acontecimiento más brutal y estremecedor que hemos vivido y exhibido al mundo en lo que va del siglo XXI.

Nada justifica la barbarie. Tras los ataques contra Charlie Hebdo dijimos: “La pluma prevalecerá contra la Kalashnikov”.

Tanto en Occidente como en el islam y en América Latina nos interpela la misma pregunta: ¿qué tipo de sociedad queremos construir?

Hoy rechazamos los caminos que nos proponen enfrentar la violencia con más violencia y la ilegalidad del crimen con violaciones de los derechos humanos.

Nuestra única esperanza es prevenir y atajar los conflictos fortaleciendo la cultura de la paz, que es la de la justicia y los derechos humanos.

Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico

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