Uno de los últimos cambios en el gabinete presidencial, de los 16 movimientos que llevamos hasta ahora, el cual ha generado un amplio debate por el contexto actual de los Estados Unidos ha sido el de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Como se sabe, Claudia Ruiz Massieu dejó el cargo para ser relevada por Luis Videragay Caso, quien renunciara a la Secretaría de Hacienda el 7 de septiembre pasado a raíz de la polémica visita, por decir lo menos, del entonces candidato presidencial republicano Donald Trump, el pasado 31 de agosto.

En aquella ocasión Videgaray impulsó dicha visita, mientras que Ruiz Massieu se opuso. Los resultados del 8 de noviembre, leídos a la luz de las disputas en el gabinete dejaron ver que el entonces desacierto podía ser visto como una nueva oportunidad para Videgaray, dado que él se desempeñó como mediador entre México y el equipo de quien a la postre resultara ganador.

Las posiciones políticas, económicas y comerciales de Trump, esto es, la construcción y financiamiento de un muro fronterizo, una política fiscal con recortes de impuestos dentro de los Estados Unidos y la imposición de barreras de hasta un tercio en la venta de algunos productos manufacturados en el exterior, pero vendidos en dicho país, han dado pie a pensar, al menos entre el primer círculo presidencial, que el regreso de Videgaray pudiera atemperar si no las primeras posiciones, al menos la tercera.

Sin embargo, un día antes del nombramiento del nuevo canciller, la empresa automotriz Ford detuvo todos sus planes para instalar una planta en San Luis Potosí, ello ante la amenaza creíble del presidente electo de imponer nuevas barreras a los automotores ensamblados en México para su exportación a los Estados Unidos. De este modo, la urgencia del nombramiento, a la luz de la lógica del primer círculo, se hizo evidente y de ahí que al otro día, el relevo en Relaciones Exteriores tuviera lugar.

Aunque el mandato presidencial sobre el nuevo nombramiento se centró en la defensa de los connacionales en los Estados Unidos, es decir, en temas migratorios y desde luego diplomáticos, es difícil dejar de pensar que este nombramiento se relaciona con el tema comercial. Ello significa que este nuevo cambio en el gabinete obedeció entonces a razones políticas más que de profesionalización del ámbito diplomático mexicano.

Ahora, no es poco frecuente que quien sea titular de la cancillería provenga de otra secretaría de Estado. En los últimos 60 años, esto es, de 1958 a 2017 tuvimos 18 cancilleres y 8 de éstos fueron previamente secretarios en la SEP, Hacienda, la vieja SEDUE, Economía y Turismo, es decir, un 44 por ciento.

Lo anterior sugiere que la cancillería mexicana ha tenido, desde fines de los años cincuenta, un porcentaje importante de titulares que provenían de otros cargos dentro del propio gabinete. Este dato permite suponer que los presidentes sí cuentan con al menos dos vías para seleccionar a quien dirija Relaciones Exteriores: quienes provengan de una carrera diplomática (56%) o quienes provengan de otros ámbitos (44%).

Destaca que en esos 60 años hemos tenido tres cancilleres que fueron previamente secretarios de Hacienda: Carrillo Flores, Meade y el propio Videgaray. No es un cambio novedoso el ir de Hacienda a la cancillería, lo que sí resulta novedoso es que dos de esos tres pertenezcan al mismo gabinete, el de Enrique Peña Nieto.

Si ampliamos nuestro periodo de análisis, encontraremos que en los últimos 100 años, de 1917 a 2017, México ha tenido 40 cancilleres y 20 presidentes, lo que arroja un promedio de 2 cancilleres por periodo presidencial. Una de las primeras preguntas que surgen es qué significó, en tiempo, el encargo de Ruiz Massieu. Si atendemos a los datos del último siglo, hemos tenido un canciller cada 30 meses y Ruiz Massieu duró la mitad de ese promedio.

Otro de los elementos importantes a analizar es el tema de paridad de género, que en el caso de Relaciones Exteriores no se ha observado. México sólo ha tenido 3 mujeres en la cancillería: la propia Claudia Ruiz Massieu (2015-2017), Patricia Espinosa (2006-2012) y Rosario Green (1998-2000). En ese sentido, destaca que el presidente no haya optado por una mujer (fuera con o sin carrera diplomática), lo que fortalece la hipótesis de un nombramiento político con tintes de política comercial, como ocurrió en el siglo XIX cuando la cancillería también llevaba las relaciones comerciales.

Finalmente, conviene tener presente la declaración de Videgaray sobre su disposición a aprender de diplomacia mexicana. Ello le ha valido un sinnúmero de críticas, dado que tan solo restan 23 meses de la presente administración, por lo tanto, mientras el secretario aprende, el tiempo avanzará y los resultados inmediatos podrían retrasarse. Con todo, uno de los primeros retos que seguramente involucrarán a la oficina del nuevo canciller será preparar la renegociación del TLCAN, tarea para la cual, bien podemos suponer, el presidente le incluirá junto con las dependencias a las cuales el tema también les atañe.

Con base en estos elementos, bien podemos concluir que este nombramiento más que acrecentar la profesionalización del servicio exterior, pareciera estar mucho más vinculado a la política. En este sentido, parece que la política se sobrepuso a la diplomacia.

Profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey.

@alejdiazd

Google News

Noticias según tus intereses