Por Ulises Granados

La región marítima del sureste de Asia ha llamado la atención del mundo en años recientes debido a que China ha construido instalaciones en siete islas y arrecifes que controla en las islas Spratly —incluyendo una pista de aterrizaje para bombarderos en el arrecife Fiery Cross— y ha emplazado armamento antiaéreo en las islas Paracel.

Estas islas, autodeclaradas territorio chino pero reclamadas por varios países de la región, son puntos cerca de donde pasan importantes rutas marítimas, por lo que son vitales para el comercio mundial (ahí transitan unos 5 billones de dólares anuales).

A pesar de que Filipinas obtuvo una victoria legal en julio pasado al lograr que la Corte Permanente de Arbitraje fallara en contra de las actividades chinas en las Spratlys, queda por ver el alcance a largo plazo del Derecho del Mar, ya que la decisión de la corte no ha frenado a China de continuar con estas actividades, mientras que la nueva administración filipina ha decidido acercarse a Beijing y se alejó de la entonces administración de Barack Obama.

Bajo este panorama sombrío inicia la administración Trump con amenazas de involucrarse de forma más directa en este diferendo. Durante su comparecencia de confirmación ante el Senado, el ahora secretario de Estado, Rex Tillerson, dijo el 12 de enero que Estados Unidos no debe permitir a China el acceso a sus instalaciones en las Spratlys por ser aguas internacionales. Tillerson muestra así la postura dura de la nueva administración y el consenso entre el círculo cercano de Trump de que puede haber una confrontación directa con Beijing en un futuro (en marzo de 2016 Steve Bannon, el todopoderoso estratega de la Casa Blanca, incluso predijo una posible guerra entre Estados Unidos y China en las Spratlys entre 5 y 10 años).

Tillerson parece tener también una aversión personal hacia las acciones de China ya que ExxonMobil, empresa de la que fue presidente, ha perdido contratos de exploración en Vietnam como resultado de las presiones chinas.

Estas declaraciones de Tillerson han puesto en alerta a China, que advirtió inmediatamente sobre las consecuencias de un posible bloqueo naval estadounidense y los efectos en las íntimas relaciones comerciales entre los dos países, aclarando además que tal acción llevaría a una guerra a gran escala en la región.

A pesar de estas declaraciones incendiarias que se han propagado en la prensa mundial, Washing-
ton y Beijing saben que la diplomacia, el diálogo y el derecho internacional son las mejores herramientas para disipar la crisis.

Durante su visita a Tokio el 4 de febrero, el secretario de Defensa, James Mattis, desestimó que haya planes de realizar maniobras militares en el Mar de la China Meridional y abogó por mantener abiertas las líneas de comunicación con Beijing, lo que ha sido recibido con beneplácito por China. Este país ha reiterado, sin embargo, que la diplomacia y el diálogo para abordar el diferendo territorial deben ser usados por las partes directamente involucradas, lo que muestra que sigue privilegiando el diálogo bilateral y con ASEAN como bloque regional. Así, permanecen dos visiones fundamentalmente antagónicas sobre si la participación de actores extrarregionales (como Estados Unidos y Japón) es necesaria o no para mantener la paz y estabilidad en esta región.

Si bien la administración Trump sabe el costo económico, político y militar que puede generar una acción militar contra China en las Spratly, los pocos días de la nueva administración estadounidense han demostrado la capacidad de Trump de cimbrar no sólo el establishment de su propio país, sino de trastocar sus relaciones exteriores incluso con aliados tradicionales. La mesura debe prevalecer en la Casa Blanca.

Los países que han denunciado las actividades chinas en esa región marítima necesitan aumentar la comunicación, deben hacer brillar una diplomacia inteligente y se deben privilegiar las normas aceptadas por el derecho marítimo internacional, el Derecho del Mar y la jurisprudencia generada por la Corte Permanente de Arbitraje.

Si bien el diferendo territorial es de difícil solución, es urgente avanzar con China en un código de conducta legalmente vinculante lo más pronto posible, y se deben abordar temas de preocupación inmediata como la preservación del ecosistema marítimo, reglas claras de pesca y contratos de exploración petrolera. China y Estados Unidos necesitan enviar señales más claras de que la paz se construye con acciones constructivas.

Profesor y coordinador del Programa de Estudios Asia Pacífico del ITAM.
@ulisesgranados

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