Según la madre de la niña Valeria, violada y asesinada en un transporte público en el Estado de México, las autoridades estaban ocupadas con “sus” elecciones y no ayudaron a buscarla.

Esta es una acusación brutal. Pero muy cierta. Porque las autoridades están ocupadas haciendo lo que a ellos les parece importante y no cumplen con lo que son sus obligaciones.

Para ellos se trata de ganar una elección. A nosotros los ciudadanos, eso no nos va ni nos viene, como lo demuestra el abstencionismo tan alto.

Y sucede así, no porque descreamos de que votar es el método correcto para elegir a nuestros gobernantes, sino porque nos percatamos de que ese mundo de los partidos y los políticos profesionales es de puros corruptos y mentirosos y de que todos, absolutamente todos, son iguales. Y estamos hartos de tener que escoger entre el menos peor.

Pero sobre todo, estamos hartos de que el dinero se vaya a raudales para ellos y para “sus” elecciones, impugnaciones, exigencias, en lugar de usarse para lo que a los ciudadanos nos es mucho más importante.

Como por ejemplo, que haya seguridad en las calles donde vivimos, trabajamos, estudiamos, nos movemos; pero que si hay algún problema, ayuden a resolverlo, como sería buscar a una persona desaparecida en el momento mismo en que se denuncia el hecho, no importa si después resulta que estaba con sus amigos, porque con una sola que se logre salvar, habrá valido la pena la falsa alarma de otros casos; que atiendan lo que es de su competencia, como revisar construcciones antes de que hagan lo indebido, desazolvar coladeras antes de las inundaciones y revisar y controlar los transportes colectivos antes y no después de que suceden las tragedias.

El transporte colectivo en México es un desastre, un peligro permanente.

Un día sí y otro también sabemos de tráilers que se quedan sin frenos, de camiones con exceso de carga, de asaltos a autobuses de pasajeros y de carga en las ciudades y en las carreteras. Nadie tiene idea de cómo se elige a los choferes, de si hay control sobre ellos (¿beben? ¿se drogan? ¿llevan a la novia? ¿van revisando su celular?), de si revisan el motor, las llantas, los frenos, de quién sanciona lo que son capaces de hacer con tal de ganar unos pesos más: carreras, subir exceso de pasajeros o de mercancías, elevar arbitrariamente las tarifas, insultar y tratar mal a los usuarios.

¿Dónde está la autoridad cuando asaltan y violan en la carretera a Querétaro? ¿Dónde cuando un chofer de la ruta 66 que va de Miguel Ángel de Quevedo a San Bernabé golpea a un pasajero que se quejó por un cobro mayor a la tarifa? Más pronto aparece un vengador solitario o una turba linchadora que un policía.

Pero eso sí: hacen elecciones.

La muerte de Valeria es una tragedia que nos incumbe a todos los mexicanos, a todos nos duele y avergüenza.

Por esa madre desesperada que corre a buscar a quienes controlan las combis y nadie le hace caso, por ese padre angustiado que corre a la policía a pedir ayuda y nadie le hace caso.

—Ya llegaron todas las combis, le dicen sin siquiera revisar si es cierto.

—Vaya y busque primero con el novio, le dicen sin levantar la vista.

—Hay que esperar 48 horas, le dicen sin consideración alguna.

—Al ratito mandamos la alerta, le dicen sin inmutarse.

El transporte público en nuestro país debería ser una prioridad para nuestros gobernantes, pero ninguno de los que ganan las elecciones se quiere echar encima el encargo de organizarlo y regularlo. Y cómo no, pues la corrupción y el cinismo son tan grandes, que encima de todo, tanto los dueños y choferes como los usuarios que ya no tienen como movilizarse, están amenazando a los padres de Valeria porque los culpan de la suspensión del servicio.

Por eso para tantos millones de mexicanos “sus” elecciones no tienen nada que ver con nosotros. Y en cambio una niña de once años sí nos representa.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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