No en balde Ian Brenner llamó a esta la época del G-Cero, de “cada país para sí mismo”. La reciente reunión del Grupo de los 20 países desarrollados y emergentes más importantes (incluyendo México), siguió demostrando su escasa utilidad para la economía global.

La reunión fue precedida por la salida de Estados Unidos del acuerdo sobre clima de París y sus amenazas de tarifas a la importación de acero, aluminio, papel y otros, bajo la sospecha de que se exportan a precios inferiores a sus costos, gracias a subsidios de sus países.

Con un grupo tan numeroso y heterogéneo de países, era imposible desde el inicio atacar los problemas transcendentales. De ahí que los acuerdos logrados sólo sean superficiales y carentes de significado alguno. Dos ejemplos, en el Comunicado final.

“La política monetaria continuará apoyando la actividad económica…”. Excepto que hoy las tasas de interés en todo el mundo están aumentando.

“Mantendremos los mercados abiertos, haciendo notar la importancia de que los marcos de comercio e inversión sean de ventajas mutuas…” y “continuaremos luchando contra el proteccionismo, incluyendo todas las prácticas injustas de comercio, reconociendo el papel legítimo de medidas defensivas de comercio” (mis itálicas).

La contradicción es clara entre mercados abiertos, pero con barreras “legítimas”, así como de comercio libre, pero “justo” y “mutuamente ventajoso”.

Todo lo anterior, por insistir en una agenda desgastada, por lo menos por ahora, de que la recuperación global está en el mercado global y no en cada país.

El G20 no reconoce que el mundo no ha recuperado su capacidad de gasto desde la gran recesión de 2008 (hace nueve años). Lo anterior, porque no ha recuperado su ingreso disponible, pues, a pesar de tener suficiente capacidad de producción, no la puede vender porque no hay demanda global suficiente.

Y no la hay porque las deudas de las economías después de la gran recesión se han mantenido muy elevadas y los países insisten en aplicar políticas de austeridad. Aun Grecia, cuya población votó en contra de la austeridad, hoy tiene un superávit presupuestal antes del pago de intereses de la deuda de 3.5% de su Producto Interno Bruto (PIB), que nadie hubiera imaginado. El costo de este superávit es el empobrecimiento de su población.

Todo esto hace el problema de la economía global demasiado complicado, en el sentido de que hay demasiadas variables fuera de lugar. Para superarlas se requeriría de un acuerdo global de que todos impulsen su demanda. Como ya se sabe que muchos no la impulsarían por temor de elevar sus deudas, no es fácil convencer a los que pueden que estimulen su gasto para que con su demanda hagan factible la exportación y la recuperación de otros.

En el entorno los enormes superávits de comercio con el resto del mundo de China y Alemania provocan sentimientos proteccionistas. El superávit chino no ha bajado de 400 mil millones de dólares desde antes de 2008, aunque, como porcentaje de su PIB, ya se redujo de más de 10% en 2007 a 2% en 2016.

Alemania tiene un superávit comercial que aumentó de cero en los primeros años del euro, a más de 300 mil millones de euros a fines de 2016, cuando llegó a más de 8% del PIB. Su escudo defensivo está en la Unión Europea (UE). Pero el superávit que tiene la UE con Estados Unidos, de 147 mil millones de dólares, indica que ésta necesita el comercio con ese país, más que Estados Unidos necesita el comercio con la UE, o por lo menos así lo ve la administración estadounidense.

Analista económico.
rograo@gmail.com

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