Durante mucho tiempo después de la crisis de 1995, la depreciación aguda del peso fue atendida con aumentos de tasa de interés y, en caso necesario, con recortes de gasto público. A partir de 2015, sin embargo, es improbable que esta combinación logre que el peso se recupere. Entre otras, por esa razón debería debilitarse más de lo que hoy está.

Normalmente los ataques sobre el peso se precipitan por un choque externo, la caída de las exportaciones, los precios del petróleo o recesión en Estados Unidos. El ajuste fiscal y monetario mencionado arriba hacía que los flujos externos de capital hacia México se reanudaran y que el peso recuperara valor. Hoy, sin embargo, no se puede contar con que estos flujos respondan en la misma forma que lo hicieron en el pasado.

En la cuenta corriente, el superávit de comercio exterior de petróleo (exportación de petróleo menos importación de gasolina) aportó ingresos netos tan altos como 19 mil millones de dólares en 2006. Pero fue disminuyendo por las crecientes importaciones de gasolina, para convertirse en 2015 en un déficit de 10 mil millones. Hasta junio pasado el déficit fue de 5 mil 400 millones.

Este saldo rojo eleva el déficit de la cuenta corriente, el cual llegó a 2.8% del Producto Interno Bruto en 2015, pero podría exceder 3% del PIB o aún más. Evitarlo en una economía en crecimiento requiere un peso más débil que en el sector no petrolero reduzca importaciones y aumente exportaciones.

El choque que México sufre no es sólo en la cuenta corriente. También lo es en la cuenta financiera de la balanza de pagos. En esta cuenta, el renglón que más aporta al ingreso de divisas es la inversión extranjera en el mercado de dinero, principalmente papel gubernamental en pesos. Se puede apreciar su magnitud porque estas inversiones fueron en su pico 46 mil millones de dólares en 2012, pero en 2015 se desplomaron a mil 200 millones.

Como es muy difícil que se estas inversiones se recuperen mucho y como México no puede endeudarse en dólares indefinidamente para pagar el déficit corriente, el ajuste es obligado y de hecho comenzó con el debilitamiento del peso.

Pero aún falta más ajuste por hacer. Por el temor al mismo, el Banco de México aumentó muy rápidamente la tasa de interés, en un intento por hacer más atractivas las inversiones extranjeras en pesos.

Igualmente, las autoridades anunciaron varios recortes de gasto público para mejorar el perfil del déficit presupuestal y con ello dar mayor seguridad a los inversionistas.

Es claro que el gasto público se tenía que disminuir, y mucho. Pero hacerlo vía la reducción de inversión pública golpeará al crecimiento de la economía.

Igualmente, los aumentos de tasa de interés podrían no ser suficientes para recuperar tantos flujos de inversión externa, ya que la causa de que se hayan desplomado es la señal de la Reserva Federal estadounidense de que aumentará su tasa de interés, y no si el Banco de México aumenta su propia tasa.

Si las autoridades desean mantener el crecimiento, cuando menos en 2.5%, no pueden aumentar mucho la tasa de interés y de ahí el mayor debilitamiento del peso. Por el contrario, si lo que quieren es evitar una mayor depreciación del peso, seguirán aumentando el interés, pero el crecimiento será menor y no es seguro que los capitales regresen.

Frente a choques simultáneos en la cuenta corriente y en la cuenta financiera, es mejor que el ajuste recaiga en el peso y en la cuenta corriente, con mínimo castigo al crecimiento de la economía.

Analista económico.

rograo@gmail.com

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