El euro nunca fue una unión monetaria viable. En la historia sólo hay un caso de unión exitosa, la alemana organizada por Bismarck, pero limitada al Reich alemán. La participación de otros países en una unión monetaria latina había fracasado años antes.

La razón por la que las uniones monetarias entre naciones soberanas son inviables es que resultan ser demasiado costosas. El miembro que pierde competitividad deja de crecer y el resto de ellos lo debe ayudar con crédito. El miembro que recibe la ayuda tiene que aplicar austeridad, sufrir bajo crecimiento económico y además ver aumentar su deuda externa.

Por eso siempre fue sorprendente que Alemania no sólo participara en el proyecto del euro, sino que lo encabezara.

Su propia experiencia, al absorber a Alemania del Este, debió advertirle lo costoso de estos esquemas. Ignorando la recomendación del entonces presidente del Bundesbank, Karl Otto Pöhl, de tener un tipo de cambio más débil para Alemania del Este, Alemania tuvo que subsidiar por una década el alto desempleo del Este, pasando de un superávit fiscal en 1989 a déficits continuos hasta de 3% del Producto Interno Bruto (PIB).

Por la misma razón fue un error permitir entrar a Grecia y a la llamada periferia europea al euro con tipos de cambio sobrevaluados. Sus déficits externos crecientes sólo fueron visibles cuando ya eran demasiado grandes, en la gran crisis de 2008. A partir de entonces, el costo de mantenerse en el euro es reduciendo su nivel de vida. Pero los líderes europeos no tienen el mandato de sus electores ni para transferir recursos a otro país ni para tolerar austeridad indefinidamente.

Grecia ya redujo mucho su nivel de vida, al caer su PIB casi un tercio desde 2008. La elección de Syriza fue por eso. Los dos “rescates” por la zona euro desde 2010 fueron realmente para rescatar a los bancos europeos comprometidos en Grecia. Pero cargaron a ésta la deuda que así llegó a 180% del PIB. Ahora la zona euro exige que baje esta deuda con recortes de gasto público, cuando la economía no crece.

Todos han cometido errores. Los dos rescates sólo agravaron el problema. El FMI originalmente advirtió a la zona euro que tenía que haber una quita a la deuda. Participar en ellos cuando la zona euro no hizo la quita, sólo comprometió aun más su desgastada credibilidad.

El nuevo gobierno de Syriza fue electo para rechazar la austeridad sin fin. Por lo tanto sorprendió que perdiera tanto tiempo en negociaciones que no han llegado a nada.

Hoy Grecia no acepta la austeridad y la zona euro sigue evadiendo la única solución económica. Así, las únicas dos alternativas son un poco de ayuda y más crédito para que Grecia respire, pero sin solucionar el problema. O bien, su salida del euro con costos muy altos y un daño irreparable al euro como sistema.

Si realmente la zona euro quisiera ayudar a Grecia, tendría que conceder como mínimo la quita que sugiere el FMI. Pero además debe permitirle introducir una moneda paralela para ciertas transacciones, más competitiva, que le permita crecer y atraer inversión privada. Esa es la única solución cooperativa, pero implicaría un total cambio de mentalidad que hoy no se ve en el liderazgo de la zona euro.

Después de todo, los miembros del euro deberían recordar que el sistema dólar, aun teniendo mucho más capacidad financiera, ni siquiera pretendió una unión monetaria. Por el contrario, siempre contempló la depreciación cambiaria como mecanismo de ajuste. Por eso los programas del FMI siempre incluyeron la depreciación, hasta que se aplicaron en la zona euro.

Analista económico.

rograo@gmail.com

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