Le pasó a Vicente Fox. Le pasó también a Felipe Calderón. Le está pasando a Enrique Peña Nieto. El último tramo de su periodo de gobierno se hace interminable. Los ciudadanos están cansados de los discursos que se repiten y el país pierde un tiempo valioso gobernado por personas que ya quemaron todos sus cartuchos y no tienen mucho que aportar.

El impulso inicial del gobierno de EPN a través del Pacto por México y las reformas estructurales no se puede repetir, ni siquiera a menor escala. La credibilidad del gobierno ha sido dañada seriamente por el escenario económico adverso (el peso en las nubes, el endeudamiento público en niveles escandalosos, la gasolina al doble de lo que cuesta en Estados Unidos, el salario mínimo estancado, la pobreza sin disminuir en nada) y la popularidad del Presidente está en mínimos históricos.

Podemos pensar que la culpa es de las personas y no del diseño institucional que tenemos. A fin de cuentas, fueron escándalos como el de la Casa Blanca, el departamento en Miami, el plagio de la tesis, la visita de Donald Trump y el pésimo manejo de los 43 de Ayotzinapa lo que llevaron al suelo en las encuestas de popularidad al Presidente.

Todo eso es correcto, pero recordemos que el cansancio hacia la figura presidencial se ha venido repitiendo sexenio tras sexenio y es posible identificar algo parecido con los gobernadores en las entidades federativas. Me atrevo a hacer una modesta sugerencia: cambiemos la duración del periodo de gobierno, para dejarlo en cuatro años. Ese mismo lapso de tiempo se debe aplicar tanto a la Presidencia de la República como a las gubernaturas.

Una persona que tenga buenas ideas y sepa del manejo de las cuestiones de Estado tiene tiempo de sobra en cuatro años para realizar sus proyectos. Luego debe dar lugar al siguiente.

O bien, podemos atrevernos a dar un paso adicional y pensar en un diseño semejante al de Estados Unidos: un periodo de gobierno que dure cuatro años, con la posibilidad de una sola reelección. Me imagino que los puristas y tradicionalistas pensarán que tocar el principio de no reelección presidencial es una barbaridad, pero creo que debemos estar abiertos a debatir todas las opciones. Lo que queremos todos son gobiernos que funcionen y cumplan su trabajo. Hoy no los tenemos. ¿Qué pasaría si a cuatro años de gobierno de Peña Nieto lo ponemos a competir en las urnas con AMLO o con Margarita Zavala? ¿No debería el ciudadano poder expresarse electoralmente para ver si el Presidente sigue por otro periodo o si es necesario un recambio que pueda hacer frente a todas las tareas pendientes?

En todo caso, lo que parece evidente es que tener un gobierno sin capacidad de iniciativa y con una legitimidad menguada durante dos años es un lujo que no nos podemos permitir. Hay muchas cosas por hacer en México y necesitamos un impulso fresco, dotado de plena legitimidad y ajeno a cuestionamientos por escándalos de corrupción. Un buen diseño institucional nos puede ayudar a conseguir ese objetivo.

Un análisis aparte sobre nuestro diseño electoral, quizá complementario de lo que acabo de proponer, tiene que ver con una posible segunda vuelta electoral, en la que se enfrenten los dos candidatos que mayor votación hayan recibido, cuando ninguno haya obtenido la mayoría absoluta (es decir, el 50% más uno de los votos, al menos).

También esa posibilidad nos podría ayudar, en un escenario partidista de gran competencia entre cuatro fuerzas políticas con representatividad nacional.

Reducir el periodo presidencial a cuatro años, pensar en una posible y única reelección presidencial, y prever una segunda vuelta electoral. Esos son los temas en los que deberíamos estar pensando si queremos tener mejores gobiernos, dotados de plena legitimidad para realizar los cambios que el país necesita.

Investigador del IIJ-UNAM

@MiguelCarbonell

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