Andrés Guardado ganó el trofeo como el mejor jugador de la Copa Oro, pero perdió la oportunidad de convertirse en un símbolo de honestidad global y en un referente ético para su país. De esto ya se ha escrito mucho: el castigo que impuso el árbitro estadunidense Mark Geigger a la Selección Nacional de Panamá fue injusto y aunque Guardado lo sabía, optó por anotar el gol que llevó a la Selección de México hasta la final de ese torneo de Concacaf.

La Selección Mexicana de Futbol ganó una copa amarga. Es verdad que en el Mundial de 2014 el equipo mexicano perdió el juego contra Holanda (ese país en el que hoy juega Guardado) de una manera similar: con un penal de último minuto que no existió y que los holandeses no dudaron en cobrar. Pero no hay venganza justa, porque la justicia no existe en la reiterada vulneración de la verdad. Si el árbitro se equivocó, el jugador tuvo la oportunidad de corregir la falla y de obsequiarle un aliento de ética al país hundido por la corrupción.

No tengo ninguna duda de que el futbol mexicano habría ganado mucho más que una Copa injusta si Andrés Guardado hubiese renunciado a anotar ese gol definitivo. “Por un momento lo pensé —dijo al concluir ese partido—, pero al final uno es profesional”. ¿Qué entiende Andrés Guardado por ser profesional? Probablemente, especulo, hacer lo que sea a cambio del dinero recibido. Si se le paga mucho por anotar goles y ganar partidos —como supongo que sucede— los medios para obtener el resultado han de pasar a un segundo término.

Es lo mismo que deben pensar muchos empresarios mexicanos cuando tuercen las leyes deliberadamente y pagan mordidas por obtener contratos millonarios: que son profesionales y que por ensanchar los márgenes de su negocio están dispuestos a ignorar las reglas aunque después se duelan, en privado, de la vergüenza de formar parte de las amplias cadenas de la corrupción. Es la misma lógica de los partidos políticos que contienden por los votos echando mano del dinero público y de los servidores públicos que guardan silencio ante la corrupción que pasa por sus ojos, a cambio del dinero que perciben.

Todos ellos son profesionales, como Guardado, que no titubean en anotar el gol injusto cuando tienen la oportunidad de chingarse al adversario, según la magnífica acepción de Octavio Paz. La síntesis perfecta de esta lógica profesional la puso Miguel El Piojo Herrera: “No jugamos bien… Pero si te marcan un penal tienes que aprovecharlo”. Y añadió: “Yo no entiendo por qué quieren que México haga el Fair Play”.

El argumento es adaptable a cualquier otra circunstancia: “si te marcan un penal tienes que aprovecharlo”, dijo El Piojo, pero podríamos escribir: si te entregan un contrato, o si te ofrecen la mordida, o si te ponen en el puesto, o si te pasan el examen, o si te ordenan que hagas trampa en la licitación, o que vulneres las pruebas del juicio que está en curso, o que mientas para ganar la posición, el ascenso, el negocio o las elecciones. El profesional del resultado ganado de cualquier manera siempre buscará un penal a modo y quizás podrá ostentarse, tras haber metido el gol injusto, como el mejor jugador de los torneos.

Tenía razón Victoria Camps cuando encorchetó el profesionalismo como una virtud pública dudosa. En el mundo corrompido en el que convivimos y sobrevivimos como mexicanos, los honores no se otorgan a quien realiza su mejor esfuerzo y se entrega con honestidad a las mejores causas, ni tampoco a quien trabaja por obtener resultados justos en función del mérito, sino a quien sabe aprovechar las ocasiones que se le presentan para meter goles oportunos y chingarse a los demás. He aquí la ética profesional que demostró el laureado equipo que ganó la Copa Oro y que, de paso, ha conseguido grandes negocios para el futbol mexicano.

Investigador del CIDE

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