El presidente Peña Nieto tiene a un nuevo villano que le quita el sueño: el populismo. Tema que de manera extraordinaria ha llevado a recientes foros importantes. El primero que llamó la atención fue el 24 de julio, en un evento con militantes del PRI, en donde advirtió que “las decisiones populistas, demagógicas e irresponsables destruyen en unos días lo que llevó años construir”.

Después, el 2 de septiembre en el marco del mensaje de su Tercer Informe de Gobierno, el presidente volvió a referirse al riesgo de “creer que la intolerancia, la demagogia o el populismo, son verdaderas soluciones.” En su mensaje político, Peña Nieto insistió en que “de manera abierta o velada, la demagogia y el populismo erosionan la confianza de la población; alientan su insatisfacción; y fomentan el odio en contra de instituciones o comunidades enteras”.

El tercer espacio en el que el presidente siguió fue nada menos que la Asamblea General de la Naciones Unidas, en donde apenas este lunes 28 de septiembre, el presidente mexicano afirmó que “con una crisis económica que no cede, con las crecientes desigualdades y con una frustración social que esto provoca, el mundo de hoy está expuesto a la amenaza de (…) nuevos populismos de izquierda y derecha, pero todos peligrosos por igual”.

Y la pregunta obligada es ¿de quién está hablando el presidente Peña? ¿Quién es esa persona o grupo que amenazan con destruir lo construido, fomentan el odio y carecen de todo sentido ético? La respuesta es importante y no puede quedar en la ambigüedad como ha ocurrido hasta ahora. ¿Se refiere a Andrés Manuel López Obrador como algunos suponen, incluyendo al líder de Morena, Martí Batres, que en respuesta a EPN retuiteó en septiembre que “Es tanto el crecimiento de MORENA y @lopezobrador_ que hasta en el informe presidencial lo atacan”. ¿O se refiere a los candidatos independientes como El Bronco?

El tema es importante porque parece configurar un escenario en donde el presidente Peña se ve como un actor activo en el proceso electoral. ¿Lo que estamos viendo es el inicio de un presidente en campaña contra una persona en concreto? ¿Es su manera de incidir en el proceso de la sucesión? ¿O cuáles son las amenazas de las que habla? Si el presidente de México sabe algo que los demás no, debería decirlo.

Por dónde se le vea el tema importa. Primero, porque ya sabemos los costos que tiene el uso de la presidencia con fines político electorales. En 2006 el activismo de Fox implicó un desgaste muy fuerte para la institución presidencial; segundo, porque existe el riesgo de que con ese discurso, el presidente genere lo que dice denunciar, es decir, que aliente los odios, polarice y divida más a la sociedad al descalificar las opciones que resultan válidas para millones de mexicanos.

A muchos nos puede parece que López Obrador no es la mejor opción para el 2018, pero nadie tiene por qué descalificarlo, como tampoco se puede negar desde ahora la opción de alguna candidatura independiente. ¿O es la Presidencia la instancia para decidir quién sí y quién no puede aspirar a Los Pinos?

Y tercero, porque de tener éxito, estaría llevando al país a una especie de elección plebiscitaria sobre la supuesta llegada del populismo, cuando hoy en el país hay muchos otros temas que deben ser atendidos —como el combate a la corrupción o a la pobreza— y que no deben quedar sepultados bajo un discurso simplificador que ve la vida pública como una mera batalla entre los que se autonombran como los buenos y los que son señalados como peligrosos para México.

Es claro que el presidente Peña Nieto está decidido a seguir empujando este discurso en los años que le quedan a su sexenio. Por eso, los mexicanos necesitamos saber con claridad de dónde viene, cuál es su objetivo y si está consciente de los riesgos que tiene. El tema merece ser discutido.

Politólogo y periodista.
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