Al día siguiente que Ricardo Anaya fue elegido como presidente del PAN, tres diarios nacionales llevaron como nota principal las declaraciones del futuro líder… pero del PRI, Manlio Fabio Beltrones. La anécdota sirve para pintar con claridad lo que le espera al nuevo líder panista.

Anaya no sólo llega a un partido que recién obtuvo los peores resultados en décadas, sino que anda sin rumbo desde hace muchos años.

El PAN no sabe hoy quién es. No tiene una oferta clara y lo poco que ofrece, lo hace desde una bancarrota moral. Prueba de ello es que a pesar de que el gobierno vive niveles de aprobación históricamente bajos, el PAN no fue capaz de mover ni a su base electoral en las pasadas elecciones federales.

Dicho de otro modo: para millones de mexicanos el PAN no es la ruta para castigar al PRI-gobierno simple y sencillamente porque no perciben que en el fondo sea diferente. Por eso, a pesar de haber tenido una buena campaña de contraste, no logró el resultado esperado. Porque ni siquiera el buen marketing compensa la experiencia directa de millones de mexicanos.

Sí, el PAN no es idéntico al PRI de Enrique Peña Nieto ni al de Manlio Fabio Beltrones (si es que son distintos), pero tampoco es claramente mejor. Por eso el primer reto de Anaya es recuperar la agenda de la oposición.

Está claro que eso no se desprende en automático del hecho de ser una cara fresca. Los mexicanos hemos visto suficiente evidencia de ello. Ahí están los gobernadores del “nuevo” PRI como Rodrigo Medina o Roberto Borge, los jóvenes-viejos políticos del Verde como Manuel Velasco, el virrey de Chiapas, o el propio diputado Jorge Romero del mismo Acción Nacional.

Tampoco bastarán los buenos discursos para ganar la credibilidad, o que se vea en el espejo de Carlos Navarrete que no ha parado de hacer autocrítica de su partido desde el día uno, sin que ello le haya servido para recuperar algo del capital perdido por el PRD.

Para que Anaya pueda hacer algo con el PAN tiene que hacer mucho más que tener un lenguaje más “ciudadano”.

El problema es que su entorno dice que la transformación no va en serio. Es verdad que a su alrededor logró convocar a figuras del panismo como Ernesto Ruffo o Josefina Vázquez Mota, que a pesar de todo, no cargan con grandes negativos. Pero también es cierto que personas del entorno de Gustavo Madero, como los diputados implicados en los “moches” o el gobernador de Puebla, el expriísta perredista panista Rafael Moreno Valle, fueron claves para su triunfo ante el senador Javier Corral.

Por eso la duda es para qué ganó Ricardo Anaya. ¿Triunfó para simular el cambio con propuestas que buscan el aplauso fácil, como decir que va a reducir el presupuesto a los partidos? ¿o va en serio cuando dice que tiene como prioridad el combate a la corrupción dentro del propio Acción Nacional?, ¿eso incluye a los actores de poder que lo llevaron a esa posición?

Si Anaya apuesta por el simulacro es posible afirmar desde ahora que tiene la batalla perdida. Frente a la presidencia de Beltrones —y su extraordinaria cobertura en medios— no tiene mucho qué hacer.

En cambio, si apuesta por la ruta larga de depurar a su partido —con los costos que eso le genere—, si retoma el diálogo con la sociedad, si vuelve a ser oposición y si es consistente con esta visión en los próximos años, quizá entonces pueda regresar al PAN a la batalla política, en un momento en que el PRI ha apostado por ser quien siempre ha sido ya sin tapujos, y en que la izquierda está dividida y en plena reorganización.

La crisis política de este país es muy seria y lo que hagan los partidos políticos tradicionales será determinante en los próximos años. Por eso es importante la respuesta: ¿Para qué ganó Anaya en el PAN? Lo sabremos en los próximos meses.

Politólogo y periodista
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