Gilberto Guevara Niebla, invitado por el diario Reforma, publicó el pasado 13 de julio un texto al que tituló: La Reforma y la metáfora. El consejero de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para le Evaluación de la Educación (INEE) se refiere a “la metáfora utilizada varias veces en la que se representa a la educación como una carcacha en condiciones desastrosas”. Se puede revisar esta alegoría en un artículo publicado en EL UNIVERSAL por este escribidor el 31 de agosto de 2013, y también en un video de El Colegio de México del 10 de septiembre del mismo año. Hace ya casi tres, y contando.

A juicio de Guevara la metáfora es útil, “pero la solución que se atribuye al gobierno (proveer al conductor de uniforme nuevo) no es correcta”. Todo lo contrario, arguye: en lugar de cambiar “sólo el aspecto o la apariencia” de las cosas, le entró “a la obra negra que fue arreglar el chasis que estaba desbaratado y amenazaba con desplomar de forma definitiva al vehículo” Concibe al chasis como la estructura de poder que ha sostenido al sistema educativo durante muchos años: “la administración de la profesión docente plagada de aberraciones, lagunas normativas, controles débiles y prácticas ilegales. Sobre este podrido chasis se sustentaba la práctica de compra-venta-herencia-regalo de plazas y nombramientos” a clientes, amigos o cómplices “de líderes sindicales y burócratas”.

Entonces, prosigue, se decidió acudir a “procedimientos novedosos de mecánica vehicular”: otorgar plazas y puestos de acuerdo al “mérito de cada profesor”. Para soldar bien el chasis era necesario conocer “con cierto rigor” el mérito (destrezas, competencias, experiencia) de cada profesor. Por lo tanto, fue indispensable montar un sistema de evaluación, a sabiendas que “evaluar es una tarea sumamente delicada y los métodos que utiliza son, siempre, imperfectos”. Para el ingreso, permanencia, promoción o logro de puestos directivos había que “evaluarse”.

El quid del asunto es si el novedoso proceder es adecuado para resolver los problemas que enuncia. Las aberraciones, lagunas normativas, controles débiles y prácticas ilegales a las que refiere el consejero, ¿no debían ser resueltas mediante la aplicación simple de la ley? Era preciso, para ello, emplear recursos políticos y jurídicos pues el nombre del entuerto es impunidad, resultante de acuerdos entre los gobiernos y las cúpulas sindicales para su beneficio, ajeno a la educación. Esa estrategia tenía un pequeño problema: dejaba en evidencia que la complicidad delictiva la propició el gobierno. Dejaba a las autoridades desnudas, a plena luz, como compinches.

Qué mejor que encontrar, y construir textualmente, a un chivo expiatorio: el magisterio, gremio ahíto de personas ignorantes e indolentes. Tratados como seres sin voz (no mudos, sí enmudecidos) el gobierno acusó al profesorado de los males educativos, diseñó y pactó la susodicha reforma educativa, y construyó, entre otras cosas, un instituto autónomo que asume como justa, inevitable y positiva, la evaluación dudosa a mansalva.

En lugar de enfrentar el problema de la ilegalidad de los acuerdos impresentables, asumiendo su corresponsabilidad, los actuales gerentes del país decidieron usar a la evaluación como instrumento político. Es como emplear un serrucho para quitar tornillos. Herramienta inadecuada, pero útil para ocultar la arrogancia revestida como cumplimiento de la ley, fundada en lo que dicen los expertos: a confesión de parte, relevo de pruebas.

La alegoría del camión sigue en pie. Usar, y de la peor manera, la evaluación para solucionar problemas políticos, no los resuelve. Lo que consigue es destrozar su sentido como proceso de aprendizaje y mejoría. Eso es lo que ha fracasado, para desgracia del país en que la reforma educativa urge tanto. No más.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
mgil@colmex.mx

@manuelgilanton

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