No hay crítica más fuerte al Nuevo Modelo Educativo que su propia propaganda. En blanco y negro, deslavado, vemos en la tele a un grupo de alumnos que repite a coro la cantinela: “existen tres tipos de puntos: punto y seguido… punto y aparte… y punto final”. Un niño, fastidiado, pregunta: “Maestra, ¿y esto para qué sirve?”. Sorprendida, se queda un instante pasmada; luego sonríe y, justo cuando exclama: “¿qué les parece si en lugar de repetir, tratamos de entender”, la imagen pierde el gris y se llena de colores. Asombrados, miran aparecer los rayos típicos de las varitas mágicas o los milagros: llegó el Hada o San Judas Tadeo. Los muchachos ya no están sentados en filas y el aula es otra. Se arremolinan para ver cómo hace erupción un volcán hechizo, dejan la cara de aburrimiento, sonríen y participan. “Es momento de un cambio”, dice una niña. “Que en la escuela ya no nos hagan repetir las cosas, sino que nos enseñen a pensar, a reflexionar, a entender: eso es aprender a aprender. Eso es el Nuevo Modelo Educativo”. Una vez que termina su lección, la pequeña pedagoga invita a la página electrónica de la SEP para conocerlo y remata: “Primero el presente, primero los niños”. Logo de la SEP. Fin.

El Nuevo Modelo se apoya en la grieta a la que conduce el maniqueísmo: frente a un pasado gris y desgastado, enuncia la promesa, inaugural, de un futuro luminoso asegurado. Este altísimo contraste que el anuncio muestra es la base de su argumentación. “A lo largo del siglo XX, el sistema educativo hizo realidad su utopía fundacional, que era llevar un maestro y una escuela hasta el último rincón del país. Hoy tenemos que ser más ambiciosos y además de garantizar el acceso a la educación, asegurar que ésta sea de calidad y se convierta en una plataforma para que los niños, niñas y jóvenes de México triunfen en el siglo XXI: educación para la libertad y la creatividad”. Son palabras del secretario Nuño en la presentación del documento, para justificar la necesidad de una “auténtica revolución educativa”.

Sombra y luz. Antes y ahora: sistema educativo vertical versus educación de calidad; memorización y repetición contra aprender a aprender; de niveles sin articulación a la máxima coherencia. El exceso de contenidos a aprender será sustituido por aprendizajes clave; pasaremos de una educación ayuna de “habilidades socioemocionales” a la enseñanza (sic) de la autoestima y el trabajo en equipo; del pollito chiquen a comunicarse “en inglés con fluidez y naturalidad” al terminar la prepa. De lo uniforme a lo diverso en el currículo; de la carga burocrática a la libertad de gestión; desplazar al sistema clientelar por el mérito docente, y lograr formación continua “a la medida”.

La actual gerencia educativa ofrece un nuevo mundo pedagógico que resulta más atractivo cuanto más horrible sea la invención del monstruo que sustituye. Lo único malo es que el modelo anterior que retrata es un recurso retórico, y el que presenta como distinto es una propuesta demagógica. Construyó un monigote de paja, lo aporrea —no cuesta trabajo— y al derrumbarlo, por oposición simple, crea la fantasía.

¿Desde Vasconcelos a la fecha por primera vez aparece la idea de aprender a aprender? ¿Inicia la preocupación por la calidad? ¿Se descubre, hoy, la importancia de la diversidad en el país? ¿De verdad la memoria no importa, porque se puede preguntar cualquier fecha o fórmula al Doctor Google en el celular? ¿Se puede aprender sin recordar?

Sólo la ignorancia más cruda puede responder a cualquiera de las preguntas anteriores de manera afirmativa. Y si no es ignorancia, es intención: todo va a iniciar de nuevo el año que entra, desde el prescolar a la media superior. Proponen la piedra filosofal, y desprecian el trabajo de muchos durante hartos años allá, en las aulas, no en la tele. Farsa.

Profesor del centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.

@ManuelGilAnton

mgil@colmex.mx

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