El 29 de marzo, ante 32 mil militares y sus familias, el Presidente, en su carácter de comandante supremo de las Fuerzas Armadas, descalificó con expresiones de odio a todos los políticos, intelectuales y ciudadanos que hayan realizado críticas sobre la actuación de las Fuerzas Armadas. El discurso incita peligrosamente a los integrantes de las Fuerzas Armadas en contra de los adversarios de Peña y de todos aquellos que hemos cuestionado el papel inconstitucional de éstas en tareas de seguridad pública, ya sea por carecer de competencia constitucional para realizar esas tareas, o por violaciones a los derechos humanos que han cometido, situación denunciada por la ONU y la CNDH. Los responsables de lo anterior no son la Fuerzas Armadas, sino Calderón y Peña, que han ordenado la intervención militar en tareas de seguridad pública. El acto fue propio de las concentraciones del militarismo fascistoide. No sólo se trató de una celebración con todas las características de la propaganda totalitaria ante 32 mil personas en el Campo Militar número 1, sino que en la reunión, Peña Nieto, cual rock star, empleó la abundante y completa escenografía a su disposición para pronunciar un mensaje cargado de adjetivos para difamar y acusar implícitamente a López Obrador de ignorancia, de dolo, de denigrador de la institucionalidad militar, en fin, de enemigo de las Fuerzas Armadas, para tergiversar las realidades nacionales.

Los asistentes a la concentración fueron “trasladados” en camiones militares y transporte público o privado. Las imágenes y las palabras de Peña llevaron el mensaje al cuartel más recóndito del país. Era necesario identificar y señalar a los “enemigos” de las Fuerzas Armadas, y ponerlos en la mira de sus emociones y sensibilidades. El mensaje de Peña fue claro: las Fuerzas Armadas en México escapan a cualquier crítica, son intocables, están más allá de la libertad de expresión, del derecho a la información y, por encima del orden jurídico nacional. Aquéllos que se atrevan a proferir cualquier señalamiento al estamento militar lo pagan o pueden pagar caro. Además de los militares, en la primera fila del evento, se convocó a los principales funcionarios del régimen: Osorio Chong, Videgaray, Meade y Narro, sumisos. La intención: demostrar la cohesión, la unidad, el respaldo del régimen al Ejército y el señalamiento de los enemigos. En el discurso Peña mostró, a diferencia del trato que dio a las Fuerzas Armadas, desprecio a los gobernadores y a las policías, incluyendo a la Policía Federal que está bajo su mando. No se apreció, ni por asomo, ningún tipo de autocrítica a la incapacidad de los responsables del régimen en la profesionalización de las policías, empezando por él.

Este mensaje de Peña es de los más llamativos de su sexenio. Lo es por su profunda extravagancia, por su carga de odio en contra de todos los que cuestionan al militarismo, por su rechazo a la crítica a las Fuerzas Armadas, por azuzar al Ejército en contra de los que se oponen a que realicen tareas de seguridad, por implícitamente validar cualquier ataque en contra de los opositores a la actuación de las Fuerzas Armadas y, lo que es peor, por su apología del uso de la fuerza, incluso letal, en contra de todos aquellos que “denigren” a las Fuerzas Armadas, en realidad la defensa de sí mismo. Analizado el discurso desde la “psicopatología del poder” —Jorge Tizón— observamos en toda su plenitud las peores fases de la propaganda política: el uso del azuzamiento para provocar el miedo como sistema y el predominio de la perversidad con el respaldo de la fuerza bélica en contra del opositor como instrumento de acción política.

Senador de la República

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