El escritor estadounidense Edgar Allan Poe encontraba en los acertijos uno de los principales retos de la mente humana y tenía la teoría de que cualquier acertijo elaborado por el hombre podría ser descifrado por algún otro que lograra establecer su lógica. Algo parecido sucede con los sistemas de seguridad. No existen sistemas infalibles. Lo que existen son grados de dificultad para burlarlos o esquivarlos. Algunos casi imposibles de burlar, por su blindaje y fortaleza, pero la historia muestra que no existe el sistema perfecto.

Un ejemplo. En 1985, en pleno centro de la ciudad de San Salvador y rodeados de policía y ejército, un comando de la guerrilla salvadoreña logró secuestrar a la hija del presidente. El operativo duró menos de dos minutos y 16 minutos después la secuestrada se encontraba en una casa de seguridad fuera de la ciudad de San Salvador. Nadie hubiera pensado que un operativo así pudiese tener éxito y sin embargo sucedió.

Para burlar un sistema de seguridad se requieren dos cosas: ingenio y recursos. Ingenio para conocer y entender la lógica del sistema, su funcionamiento y, sobre todo, sus vulnerabilidades. Recursos, para hacer un plan y para ejecutarlo exitosamente.

Si en mí hubiera estado la decisión de la extradición de quien se fugó del Altiplano, no hubiera dudado en concederla. Y esto por un mero cálculo de probabilidades. Las probabilidades para el capo más poderoso de la droga de comunicarse con el exterior, seguir dirigiendo su organización y planear su fuga en un penal de alta seguridad en Estados Unidos se hubieran reducido significativamente. La extradición era lo único que realmente temían los líderes de la droga en Colombia.

El gobierno mexicano debió saber que su sistema era vulnerable —todos lo son— pero sobre todo, debió saber que el líder del cártel más poderoso mantenía su estructura prácticamente intacta y que desde una prisión mexicana podría seguir operando, pues la única forma de evitarlo hubiera sido a partir del total aislamiento y de impedirle el contacto con cualquier otro ser humano, lo que resulta prácticamente imposible. El Estado subestimó el ingenio y los recursos de uno de los mayores criminales de la historia y sobrestimó la inviolabilidad de sus sistemas de seguridad.

Por supuesto que la fuga no fue un operativo sencillo, por el contrario, fue sumamente complejo. Requirió ingenio y recursos, pero también persistencia, consistencia y paciencia. Y un poco de suerte, pues nunca falta un imprevisto que eche todo por la borda, lo que en este caso no sucedió.

Pero la mayor lección de este evento no la encuentro en la vulnerabilidad del sistema de seguridad o en las habilidades de quien logró burlarlo, sino en una estrategia de combate al crimen organizado centrada en la detención de los líderes y no en la desarticulación de las organizaciones, que operan gracias a sus redes y sus recursos. Los europeos se centran ahora en estos dos ámbitos, sobre todo en los recursos financieros, que hacen posibles proezas como la que acabamos de ver. Es un trabajo de persecución basado en inteligencia, que requiere consistencia, persistencia y paciencia. Operativos silenciosos pero eficaces que no son noticias de primera plana pero que van mermando poco a poco a las organizaciones.

En 2001 a raíz de la fuga de Puente Grande, un manojo de funcionarios y carceleros fueron a dar prisión. Algunos de ellos inocentes. Alguien debía pagar el costo de las malas decisiones de alto nivel. Seguramente ahora sucederá lo mismo. Y tampoco soluciona el problema, pues esta fuga no debe verse como un problema de comportamientos individuales, sino como un tema de visión estratégica de los aparatos de seguridad del Estado.

Director de Grupo Coppan

lherrera@coppan.com

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