“Prefiero tener que preparar a un civil como policía, que reeducar a un militar” comentaba en una ocasión un experimentado director de seguridad pública. Curioso, se trataba de un almirante. El argumento que dio es muy simple. Policías y militares tienen misión, doctrina y entrenamiento distintos. El militar está entrenado para neutralizar por la fuerza al adversario. No negocia, cumple órdenes. El policía está entrenado para mantener la paz pública, anteponiendo el diálogo al uso de la fuerza.

En 1988 el ejecutivo estadounidense tomó la decisión de utilizar a las fuerzas armadas para operaciones de interdicción de drogas. El descontento en las instituciones castrenses no se hizo esperar: si nos meten al combate al narcotráfico, no hay manera de blindarnos contra la corrupción, no hay forma de meterse al lodo y salir con las botas limpias, comentaban en privado los altos mandos militares de ese país.

En la última década del siglo XX, la presencia de los militares mexicanos en tareas de seguridad pública se intensificó. Desde siempre se ha reconocido que esa no es su misión, se dice que su presencia en ese tema es temporal y que obedece a que las fuerzas civiles de seguridad pública son insuficientes e ineficientes. Sin embargo, la presencia de soldados y marinos en las calles, lejos de disminuir, va en aumento. Su ventaja sobre los civiles: mayor disciplina, menor corrupción y mayor eficacia.

Pero quizás debamos preguntarnos si el problema no está en los militares, ni siquiera en las policías, sino en la estrategia. Las policías mexicanas, a pesar de complejos y costosos exámenes de control de confianza, depuraciones recurrentes y otras medidas, adolecen de bajos niveles de profesionalización y la mayor parte de las corporaciones están pringadas de corrupción.

Respecto de la estrategia, hace un par de años comentaba un funcionario de la agencia británica para el combate al crimen organizado —Serious Organized Crime Agency (SOCA)— que para ellos las drogas eran un objetivo menor, incluso los blancos humanos habían pasado a un segundo plano, su principal objetivo eran los recursos financieros: sin dinero no pueden operar. Y se preciaban de contar con más de un millar de agentes especializados en delitos financieros, distribuidos entre tareas de inteligencia y armado de casos: buscamos pegarles en donde más les duele. Las fuerzas armadas británicas, como actualmente las estadounidenses, poco o nada tienen que ver en tareas de seguridad pública.

Al inicio de la administración del presidente Peña Nieto se anunció la creación de la Gendarmería Nacional, figura que debía sustituir la presencia de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública. En el proceso de construcción la Gendarmería se diluyo. Había problemas de forma y de fondo. Ahora ni siquiera aparecen en el discurso oficial.

Las fuerzas armadas están y seguirán estando en el tema por la ausencia de una estrategia distinta. Lo curioso y preocupante, es que no exista en México un debate serio e intersectorial sobre uno de los temas trascendentes para el bienestar del país.

Director de Grupo Coppan
lherrera@coppan.com

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