“… el régimen no tiene afán de verdad, sino instinto de supervivencia…” Manuel Gómez Morin.

La declaración formal de hostilidades del gobierno estadounidense contra intereses vitales de nuestro país motivó a intelectuales, dirigentes empresariales, sociales, cívicos y políticos en favor de la unidad nacional; el gobierno encontró en esta noble reacción un asidero para salvarse del despeñadero al que se precipitaba.

Paradojas de nuestros tiempos líquidos; el enemigo más poderoso de México le ofrece al Presidente una oportunidad de reivindicación. La pregunta es si la aprovechará en beneficio de la nación o la intentará tripular para reforzar a su grupo y afirmarse en el poder.

Advertencias de la historia: el 28 de mayo de 1942 México declaró el estado de guerra contra la potencias del eje Berlín-Roma-Tokio; el presidente Ávila Camacho pidió a los mexicano cerrar filas.

El PAN se sumó de inmediato; “Adoptada por el Gobierno de la República la decisión de declarar el estado de guerra, todos los mexicanos tenemos el deber y el derecho indeclinable de compartir el inmenso esfuerzo común que la grave decisión exige…”

“La resolución inquebrantable de robustecer la unidad nacional… inspirada en el bien común y en los intereses superiores de la patria, es obligación incondicional… El unánime y esforzado cumplimiento de esa obligación, frente a la cual no puede haber diferencias excluyentes ni intereses parciales, es hoy como nunca necesidad urgente… Acción Nacional anhela el pleno cumplimiento de este propósito esencial de unidad en la patria y el esfuerzo común de salvación, y subordina a él todas sus actividades “. (Declaración del CEN, Boletín de Acción Nacional, n. 63).

Pero el régimen no lo entendió. La convirtió en un pacto de impunidad facciosa. Se exhibió el 11 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México, donde se reconciliaron los capos de la familia revolucionaria. Por la derecha: Calles, Rodríguez y Ortiz Rubio, por la izquierda: Cárdenas, Portes Gil, y De la Huerta, al centro el tlatoani en turno. Se revigorizó el autoritarismo y la corrupción.

Cuando la guerra culminó, el líder del PAN, Manuel Gómez Morín, hizo un demoledor balance de la traición que el régimen hizo al espíritu unitario del pueblo. Pronunció dos filípicas:

La primera el 23 de septiembre de 1945, “el régimen no tiene afán de verdad, sino instinto de supervivencia. Le inquieta la opinión, pero simula sordera o desdén y se conforma con su propaganda… Es una oligarquía sin fe en su misión… sin fe la autoridad… sin fe en México… sin fe en el pueblo. Sin fe y sin esperanza se aferra a las palabras que circunstancialmente pueden darle una sombra de justificación ideal…” (Discurso en Chilpancingo).

La segunda el 2 de febrero de 1946: “la rica tesis de la unidad nacional se volvió cartel de anuncio, cuando no pretexto para reclamar sin decoro silencios o conformidades, o para ocultar lamentables componendas, y nunca se hizo el empeño de precisar las bases sobre las cuales esa unidad puede obtenerse…”

“Otra oportunidad… ha perdido México por culpa del régimen mediocre, faccioso y sin fe… se ha derrochado en la puerilidad del verbalismo y de la simulación una etapa preciosa para México en la que pudo cumplirse una reforma verdadera… con autoridad, desde la autoridad, que con ello habría dado el primer paso firmísimo de su propia restauración…” (Informe a la IV Convención Nacional).

Un mes antes, el 2 de enero, decenas de ciudadanos habían sido masacrados en la plaza de León por exigir respeto al voto popular.

¿Se repetirá en 2017 la historia de la unidad nacional traicionada? Están en puerta las elecciones de Coahuila, Estado de México, Nayarit y Veracruz, serán las pruebas de ácido.

Ex presidente nacional del PAN.
@L_ F_ BravoMena

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