Mañana se celebra el día del niño y, como en otras conmemoraciones, surge la pregunta de si hay razones de festejo o si hay más bien temas que deben ponerse sobre la mesa para hacer visibles los problemas profundos que enfrenta la niñez mexicana actual.

Niñez se asocia con inocencia, ternura, esperanza, futuro o imaginación desbordada, pero también con vulnerabilidad, atención y cuidado. Muchos niños y niñas viven infancias felices; otros, desafortunadamente, se topan a muy temprana edad con duras situaciones que los marcan de por vida.

La nostalgia que nos provoca pensar en la infancia proviene de revivir recuerdos como jugar en la calle o en el parque, los grupos de amigos, las aventuras compartidas, los paseos de campo, el tiempo con los abuelos y personas mayores o la prospección del “cuando sea grande”. Sin embargo, no todos pueden disfrutar las remembranzas. Para muchos, la calle ya no está siendo un espacio de juego sino un lugar de peligro, en el que incluso algunos niños se ven obligados a vivir.

Hay niños y niñas para quienes hoy ya no es una opción nadar en los ríos porque están contaminados o que ya no pueden disfrutar de bosques porque fueron talados. A esto se suman los viajes postergados o ya no permitidos por la situación económica o la inseguridad.

El tiempo en familia, nostalgia para muchos, puede implicar para otros revivir la peor pesadilla por los abusos, la violencia, el abandono o la orfandad.

Hay niños y niñas que viven una adultez anticipada. Los que tienen que dejar el juego e iniciar un trabajo para contribuir al sostén de la familia. Las niñas que desempeñan un rol anticipado de madres de sus hermanos pequeños. Las niñas madres por embarazos prematuros. Los enganchados por las drogas o por el crimen organizado. Las y los que fueron convertidos en mercancía al ser víctimas de trata. Así, los sueños se posponen o se cortan de tajo.

La violencia intrafamiliar, el acoso escolar, las condiciones de inseguridad en el país, el ensanchamiento de la brecha de desigualdad y el deterioro del medio ambiente han transformado a nuestra comunidad y, con ello, la forma de disfrutar la niñez.

A todo esto se suma la tecnología que deshumaniza; quienes tienen acceso a un celular o a una tableta viven mundos virtuales separados del mundo real. La conexión a lo virtual lleva a la desconexión con lo real. ¿Es tan dura la realidad que hay que evadirla? Romper lazos con la realidad no sólo implica hacerlo con los problemas, sino también con la convivencia cotidiana. Significa navegar conectado a un mundo de información, pero desconectado de la sabiduría y de las vivencias de las personas mayores y aún de los pares. Los compañeros de juego son virtuales y no se promueve la curiosidad como motor para descubrir otros mundos reales y posibles, así como ciertas habilidades cognitivas. Hay información en exceso y pocas posibilidades de desentrañarla y procesarla.

No se trata de terminar afirmando que los tiempos pasados fueron mejores. Fueron sencillamente diferentes. Fue otro tiempo, fue otra realidad.

La imaginación desbordada que se imputa tradicionalmente a los niños es la que hoy necesitamos los adultos para poder construir un mundo real que sea tan atractivo que pueda competir con el virtual. Hay que emprender esta tarea titánica con cooperación intergeneracional. Hay que reconstruir, en primer término, los puentes de comunicación rotos. Hay que pensar en satisfactores, no inmediatos, sino duraderos y que impliquen plenitud.

No se puede hacer a un lado el cambio vertiginoso. Es el distintivo del siglo XXI. La tecnología tiene que ser aliada, no enemiga. Se trata de construir un mundo que visto a distancia esté lleno de motivos de nostalgia y no de un tiempo que a la larga se prefiera olvidar.

Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses