Me hacía notar Jorge Buendía que en la más reciente encuesta de Gallup sobre las percepciones de los estadounidenses, la imagen de México había mejorado en el último año. Es interesante preguntarse a qué obedece esta mejor consideración de los vecinos, cuando hemos sido objeto de una inclemente campaña por parte de Trump y sus aliados, quienes de manera desproporcionada e inicua, han culpado a México de la pérdida de puestos de trabajo, el incremento en los niveles de violencia y el consumo de drogas por parte de su juventud.

La primera hipótesis para explicar este cambio de tendencia es justo la distancia de los argumentos y la desmesura de Trump y sus aliados para referirse a México y la realidad. Es tan grosera la palabrería antimexicana, que es muy probable que en amplios sectores de la opinión pública estadounidense se haya desarrollado empatía hacia quienes son injustamente señalados por una serie de calamidades de las cuales no son ni responsables, ni causantes. Un número importante de estadounidenses reprueba la estridencia de su presidente, así como el reduccionismo de sus argumentos y es probable que eso sea transmutado en una suplementaria corriente de simpatía a México.

La segunda hipótesis tiene que ver con la partidización de la imagen de México. En otras palabras, aquellos que propenden a votar por los demócratas, podrían simpatizar más con México, en la medida en que el presidente y sus aliados han hecho de México un oscuro objeto de su conspiración.

La tercera puede asociarse al número de turistas que ha visitado México. Como es sabido, 2016 fue un año récord en visitantes y el número de incidentes reportado fue menor, en consecuencia, un turista satisfecho es un grano de arena en el mar de las percepciones generales, pero de grano en grano se gana densidad.

La cuarta tiene que ver con el despliegue de una narrativa mexicana diferente a la tradicional en los medios más influyentes de Estados Unidos para convencer a ciertos sectores de que México no es el enemigo que Trump plantea. No fue, en su origen, una estrategia planificada, sino un típico ejercicio de hacer de necesidad, virtud porque México sigue sin asumir como prioridad de su política exterior el modificar las percepciones en la sociedad estadounidense. Sin embargo, en plena tormenta trumpista, un grupo de secretarios, entre los que destacan la propia ex canciller, Ruiz Massieu, Enrique de la Madrid e Ildefonso Guajardo, desarrollaron, con gran capacidad persuasiva (puesto que no se dedicaron a recetar a sus audiencias la consabida propaganda gubernamental), un ejercicio de razón pública que creo debe ponerse en los créditos para explicar esta mejora en la percepción.

La lección es clara: si México trabaja mejor su narrativa y lo hace de manera coherente, sistemática y constante puede obtener frutos. Es evidente que nuestro país no puede desentenderse de las percepciones de nuestros vecinos sobre la realidad mexicana, porque en una democracia incluso la confección de la política exterior depende de la opinión pública. Es decir, la exterior y la comercial son políticas como cualquier otra y los encargados de ellas trabajan para buscar el aplauso de la gente, no la razón o el interés superior. Trabajemos pues, en construir buenas opiniones de la gente en Estados Unidos como parte de nuestros objetivos nacionales.

Analista político

@leonardocurzio

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