La portada del New Yorker es reveladora: la flama de la libertad se apaga. Hace algunos años el prolífico y polémico Samuel Huntington estableció un patrón de comportamiento de los regímenes políticos en forma de olas. A las olas democratizadoras, suceden contraolas autoritarias. La llamada tercera ola, que inició en Europa del Sur en los 70, recorrió buena parte de los países del este de Europa y América Latina hasta llegar a nuestro país, que sigue siendo uno de los regímenes políticos más tradicionales por sus formas clientelares y su inveterado patrimonialismo. De los 70 a finales del siglo pasado, muchos regímenes autoritarios sucumbieron y la democracia avanzaba. En los últimos años cada vez más países adoptan formas autoritarias de gobierno, desde Venezuela hasta Rusia, la democracia pierde aprecio social en casi toda América Latina por su incapacidad de poner orden y generar instituciones incluyentes y para colmar el vaso hoy parece que el influjo de la contraola autoritaria llega a las costas de Europa y América del Norte.

La doctrina Trump y su atrabiliario arranque de administración nos hablan de una clara regresión de los valores democráticos americanos. En una extraña combinación de identidad racial y territorialidad (usualmente incompatibles) el gobierno norteamericano hoy se intenta identificar con los blancos anglosajones protestantes y dejar fuera su manto protector a todos aquellos colectivos con los cuales no tienen una identidad religiosa o racial. Es como si volviéramos a la política de las hordas o de las tribus. En ese tipo de organización social el vínculo es el parentesco o la identidad racial y no una lealtad orgánica global a algo que se llama Estado moderno que por definición no puede distinguir entre grupos raciales para garantizar seguridad y equidad a todos. Por otro lado, la potencia impulsora de la globalización, es decir la promotora de la construcción del mundo liberal, regresa a una política territorial que se expresa burdamente en el muro y en el mensaje directo: autoritarios del planeta hagan su voluntad, América no les dirá nada. La ensalada mental de Trump combina tribalismo y territorialidad de manera peligrosa, porque abre la puerta a un sistema prekantiano de soberanías competitivas.

Además, condensa una sensación de pavor al otro y una entripada percepción de decadencia cuyo resultado es una delirante afirmación de su seguridad (que es incluso contraria a sus leyes y tradiciones). Por eso prohíben la entrada de ciertos grupos de forma caótica e ilegal. De la misma manera, se oye al grupo que hoy gobierna Estados Unidos, lanzar ataques furibundos contra la prensa libre a la que considera una opositora del proyecto nacional que ellos auspician y en consecuencia un enemigo a vencer. La forma en que utiliza las redes sociales desde las instituciones y la insidia de sus filtraciones coloca a los medios de comunicación en una difícil situación. Por un lado, existe esa voluntad política de señalarlos como falaces y poco comprometidos con lo que el

Presidente y sus amigos consideran el “genuino” proyecto americano y por el otro está la voluntad de minimizarlos a través de medios de comunicación alternativos o directamente la creación de versiones alternativas de la realidad para tener conversaciones paralelas en algunos casos y choques directos en otros.

Si estos vientos regresivos han adquirido tal vigor en Estados Unidos, me preocupa severamente que en otros, como el nuestro, en que los valores de una cultura política democrática y pluralista no han arraigado todavía, puedan en los próximos años dar al traste con los pocos avances que hemos tenido en materia de libertades económicas y políticas. Si el nacionalismo económico de Trump refuerza el capitalismo de compadres que hemos tenido en México en estos años, habremos perdido nuevamente una partida ya que seguiremos enriqueciendo a todas las familias ligadas al poder quienes través de los negocios públicos han amasado enormes fortunas. Los apellidos los conocemos todos. Lo mismo ocurre con las libertades públicas. Si abrir un espacio franco a la deliberación ha costado tanto, me pregunto qué nos impide pensar que los próximos años esas tradiciones restrictivas que perviven en la cultura política de nuestras élites no regresarán con una enorme fuerza amparadas en la defensa de la nación por las agresiones externas. La disidencia política hoy se equipara en Estados Unidos a deslealtad. En México hemos vivido épocas oscuras en las cuales la idea misma de la crítica era percibida como una actitud antipatriótica.

No corren buenos tiempos para la cultura pluralista y democrática. La contraola autoritaria avanza en Estados Unidos y me pregunto si la frágil democracia mexicana, que entre otras cosas se desarrolló por el escrutinio externo, podrá conservar lo que tenemos. Nada está escrito, ni nada está garantizado.

Analista político.

@leonardocurzio

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