Desde el 26 de marzo de 2007 y hasta unos días antes de su muerte, el pasado 2 de julio, Jacobo Zabludovsky escribió todos los lunes, en este espacio, su célebre columna Bucareli, en clara referencia a la calle en la que se ubica EL UNIVERSAL.

Como una expresión de duelo y gratitud, durante cuatro semanas, esta columna guardó un respetuoso silencio a la memoria de su colaborador, consejero y amigo, y también en afectuosa solidaridad con su familia.

Se me ha encomendado hoy la delicada tarea de cerrar el ciclo de Bucareli, evocando brevemente a quien le dio vida y la mantuvo vigente durante todos estos años, a la vanguardia de las preferencias del público lector que pudo leerla tanto en la versión impresa como en línea.

Su lectura era un referente obligado del acontecer nacional y llegó a alcanzar incluso una enorme presencia en redes sociales. En varias ocasiones “marcó agenda”, como se suele decir de aquellas opiniones que, por su trascendencia, son capaces de incidir en el desarrollo de los acontecimientos subsecuentes.

Siempre con un buen manejo de nuestra lengua, de estilo pulcro y elegante, en ocasiones polémica y controvertida, la columna de los lunes de Zabludovsky generaba reacciones disímbolas lo mismo entre la clase política que empresarial, tanto en grupos de izquierda como de derecha, progresistas o conservadores. Tenía siempre información de primera mano, porque Jacobo era eso, ante todo: un periodista con mucho oficio que conocía de cerca los laberintos del poder y sus diversos cruces con la televisión, la radio y la prensa escrita.

De su trayectoria y de lo que su figura representó, mucho es lo que se ha escrito en estas semanas y seguramente se seguirá escribiendo y comentando. Porque Jacobo Zabludovsky fue un periodista legendario, que vivió a México en diferentes momentos de su historia. Él mismo fue parte de esa historia.

Confío en que su esposa Sarita y sus hijos Abraham, Diana y Jorge decidan publicar sus Memorias que, hasta donde sé, estaban muy avanzadas, si no es que ya concluidas. Debe ser, sin duda, un documento interesante, un testimonio singular de quien, como pocos, conoció directamente y en no pocos casos también vivió de manera muy cercana los principales acontecimientos de los últimos 70 años: los que más nos han afectado, para bien y para mal; los que más nos han cambiado, los que más claramente mostraron quiénes somos, de qué estamos hechos, y cómo son las personas de carne y hueso que más decididamente influyeron en ellos, ni más ni menos. Privilegio de periodista.

Sus Memorias —algunos de cuyos textos adelantó en sus últimas columnas en Bucareli— permitirán cerrar el ciclo periodístico, documentar la vivencia personal y concluir el legado escrito de un periodista culto, de educada inteligencia y prodigiosa memoria, orgulloso de su origen judío y amante de esta ciudad de México que lo vio nacer, a la que siempre trató de proteger y en la cual vivió intensa y productivamente durante 87 años.

Cumplo pues con la honrosa tarea que me encomendaron. Pongo punto final a la columna Bucareli. Lo hago con emoción porque Jacobo fue conmigo un amigo generoso, porque fue un universitario solidario y agradecido con nuestra alma mater, a la que supo honrar y defender sobre todo en momentos difíciles. Pero lo hago también con la convicción de que quien se ha ido, el creador de la columna que hoy se cierra, fue un periodista que ha dejado una huella trascendente en la vida nacional: ahí quedan sus innovaciones en el periodismo televisivo; en la forma de conducir su noticiero en la radio; sus múltiples crónicas y narraciones en vivo; sus textos, sus entrevistas, sus columnas, y las decenas de periodistas que se formaron a su lado. Aquí quedan también su familia y sus amigos, que lo llevarán en su memoria para siempre.

Adios Bucareli, gracias Jacobo.

Ex rector de la UNAM, presidente del Aspen Institute en México

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