En una visión estadista y con una compulsión de llamar a las cosas por su nombre rara vez vista entre líderes globales en estos días, el papa Francisco, el primer jerarca religioso que aborda el tema, ha dado con su martillo contundente en un clavo crucial para la humanidad: los problemas ambientales globales, tanto la pérdida de los ecosistemas como del cambio climático.

Asumiendo no solamente el nombre, sino también la mística del fraile humanista de Asis, ha redactado, con la importante asistencia de los científicos y humanistas de la Academia Pontificia (la llamada “Academia de los nuevos linces”) un documento que ojalá haga historia de veras: su Encíclica “Alabado seas...” (). No sólo el tema sino el valor de su contenido dan para más de un comentario en este espacio. Me limitaré en esta ocasión a una visión general, para entrar más adelante a varios importantes detalles del documento, el cual describe la destructora explotación que el desarrollo económico ha llevado a cabo sobre el ambiente del que la humanidad entera, la actual y la futura, dependemos totalmente. Puntualiza las causas de ello: la inmisericorde ambición corporativa de beneficios económicos y una ilusoria fe en que la tecnología resolverá todos los problemas, acompañados ambos por la connivencia de los políticos, capturados por los intereses económicos del corporativismo global.

El documento no es una compilación de reflexiones filosóficas o abstractas sobre el tema. Es un verdadero manual detallado de causas del problema ambiental global y sus posibles soluciones, que no se habría logrado sin la asistencia de la comunidad científica y humanística de la Academia, varios de ellos estimados amigos, expertos en el tema ambiental como Paul Crutzen, Mario Molina y Peter Raven. Igualmente toca asuntos de ecología urbana, que analiza la nociva influencia de los agronegocios corporativizados en los campesinos o la necesidad de conocer los ecosistemas y la biodiversidad para conservarla y usarla racionalmente. Y, en una aseveración inédita, desbanca el mito perverso, basado en el Génesis, de que el mundo nos pertenece y está para que lo explotemos a nuestro antojo.

La encíclica, escrita no sólo para los fieles católicos, sino “para cada persona que vive en el Planeta”, posee un estilo directo, detallado y sin retórica, que debe ser lectura obligada para todos quienes tienen intereses y responsabilidades acerca del cuidado del ambiente de este Planeta. El documento es un llamado a la acción, que define no solamente la enfermedad y sus causas, sino que provee, como decimos, “el remedio y el trapito”.

Al tiempo que es un documento científico sólido, es un texto inmerso en un profundo humanismo y sentido social al remarcar que los desposeídos —un 70% de la humanidad— son quienes reciben el pleno impacto de los problemas ambientales del mundo; que el sistema financiero mundial influye sobre la política y la distorsiona; que ni el crecimiento de los mercados resolverá el hambre o la pobreza, ni las opciones tecnológicas representan soluciones reales a esta coyuntura.

Hace referencia a la juventud —que recibirá de lleno los crecientemente severos efectos del cambio ambiental— como la que podrá realizar los cambios que son urgentes de llevar a cabo, adoptando una visión mucho más profunda de la vida, con valores distintos a la acumulación de bienes materiales como propósito final de sus vidas y de adoptar “estilos de vida mucho más sobrios, reduciendo su consumo de bienes y energía y aumentando su eficiencia” .

Las críticas de los negacionistas del cambio climático —provenientes de grupos que ven la encíclica como un ataque al capitalismo y una indeseada intervención de la Iglesia en asuntos políticos, como las industrias petrolera y agrícola y aun del seno mismo de los católicos conservadores— no se han hecho esperar. No aceptan que la Iglesia “se entrometa en asuntos de política” de ningún tipo. Sin embargo Francisco establece que estos asuntos “pertenecen a la médula misma de las enseñanzas de la iglesia”. Más sobre el tema en mi próxima entrega.

Investigador emérito de la UNAM y coordinador nacional de la Conabio

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