Pasan los días, pero no el tema. Mirar o escuchar los medios es rutinario, completamente previsible. Trump abre y cierra nuestros debates y marca el ritmo noticioso y analítico. La diferencia descansa sólo en el énfasis. Están quienes tratan de encontrar el ángulo psicológico o quienes buscan predecir efectos que, se asume, nadie más ha visto. La pretensión de originalidad domina y a fuerza de repetirse, ha dejado de serlo. El narcisista debe estar feliz. El mundo hablando de él, sin freno y sin pausa. Tratando de descifrar si tal personalidad proviene de un padre dominante, de una madre ausente o de factores semejantes. Si es una simple invención social que a él mismo lo trasciende y controla. Si lo que conviene hacer es ponerle límites, sean éstos activos o pasivos, enfrentarlo violentamente o dejarlo ahorcarse con su propia lengua. Todo el mundo tiene un punto de vista. En una especie de complejo de culpa intelectual, se piensa que si Hitler hubiera sido analizado y cuestionado así de pronto y así de bien, sus locuras no hubieran llegado tan lejos. Las ausencias fueron de otra generación. A ésta, a la nuestra, se podrán reprochar otras cosas, pero no la falta de análisis y advertencia hacia un personaje desde luego peligroso.

En los inicios de nuestra vida independiente, Iturbide pudo acumular muchos de los males nacionales. Santa Anna lo sustituyó a la perfección. Maximiliano lo hizo brevemente, para dar paso a Díaz. De ahí hasta nuestros días, el priísmo ha servido como conveniente tabla de salvación. Fernando VII, Polk, Napoleón III, Wilson y la CIA, han acompañado a los traidores nacionales en su intervención nacional. O fue un personaje avieso que trató de destruir a la sana nación y sus sólidas instituciones, o fue una fuerza extranjera que en conjunción con los malos mexicanos, nos impidieron desarrollarnos para su conveniencia. Esta triste e ingenua caricatura está volviendo a darse. Es Trump y sus males lo que, una vez más, habrá de desviarnos del camino. Está resultando un magnífico distractor. Consume horas y palabras, evita esfuerzos reflexivos y pospone la autocrítica de a de veras y la acción productiva. Mucho, prácticamente todo de lo que entre nosotros no funciona, estaba ahí antes de él. Nuestro desordenado sistema federal no tiene nada que ver con sus mensajes matutinos. La caída del crecimiento económico no se debe a sus negocios inmobiliarios. Nuestros pobres diseños institucionales no pasan por sus propuestas de gabinete. La corrupción mexicana no tiene que ver con su frivolidad. Nuestras carencias de legitimidad no pasan por las intervenciones rusas. Analizar a Trump no está mal. Lo malo es la finalidad y el tono con el que se está haciendo. Si es para mostrar oposición, a estas alturas es claro quiénes sí y quiénes no lo apoyaron y lo apoyan. Si es para dar a conocer credenciales liberales o democráticas, en este momento la biografía indica más que un par de artículos. Si es para mostrar a todos que se fue el primero en señalar lo que vendrá, la realidad habrá de superar la más febril de las imaginaciones.

En un momento nacional con tan baja convocatoria pública, con tan altos niveles de inconformidad y enojo, con tan escasos liderazgos, resulta difícil proponer ejercicios de calma y racionalidad. ¿Quiénes los formulan, cómo se establecen, quiénes los encabezan, cómo y con quiénes se implementan? Entiendo que es más fácil buscar las culpas en otros, asignarles males y mantenerse así, esperando un milagro o un salvador. Seguir hablando de Trump así como lo hacemos, seguir escudriñando el detalle revelador, tratando de hacer la predicción oportunísima, queriendo encontrar la clave explicativa en el gesto, la palabra o el rasgo, es un modo cómodo de evitar la acción propia. Pensar lo que tenemos que hacer por lo que suponemos hará quien de suyo es impredecible, es una manera simple de no exigirnos un cambio propio y actuar en consecuencia para lograrlo.

Ministro de la SCJN. Miembro de El Colegio Nacional.

@JRCossio

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