La palabra “PAPA” suele asociarse con la paternidad, y, así, al Obispo de Roma y Jefe del Estado del Vaticano, se le llama también “Santo Padre”; pero el nombre se considera con mayor precisión, dadas sus funciones universales, un acrónimo: Petri Apostoli Potestatem Accipiens, esto es: “Aquel que recibe la Potestad del Apóstol Pedro”. Como se sabe, Pedro recibió la grave responsabilidad de apacentar el rebaño de Cristo (Juan, 21, 15-17): frente a los peligros que vienen de fuera a las ovejas, habrá de fortalecerlas, hacer sólida su fe (Lucas, 22, 32), y tiene, sobre todo, la potestad de abrir o cerrar las puertas del cielo (Mateo, 16, 19).

Como aquel pescador de Galilea, el papa Francisco a un pueblo paralizado que pide limosna, le dirá que no tiene oro ni plata, pero lo invitará a echarse a andar en nombre de Jesucristo, que ha revelado la misericordia de Dios Padre (Hechos de los Apóstoles, 3, 6).

Cuando ya las palabras parecían desgastadas, el Papa ha sabido usar una retórica eficaz, de gestos, más que de palabras: el itinerario y los lugares que visitará (Ciudad Juárez, San Cristóbal de las Casas, Morelia, Ciudad de México, Ecatepec) son ya, por sí mismos, elocuentes: una denuncia de aquellas prácticas que degradan la dignidad humana.

El Papa ha mostrado cómo la Iglesia puede ser parte de la respuesta a los interrogantes del hombre contemporáneo, tal como lo manifestó al ser intermediario en las nuevas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y al ponerse a la vanguardia en el actual debate sobre el calentamiento global, y dada la situación actual del país, su mensaje puede ser una eficaz ayuda; sin embargo, hay muchos detractores que se hacen escuchar estridentemente; están, por ejemplo, quienes se oponen argumentando la pobreza en oposición al oneroso costo de la visita; quienes consideran con un positivismo trasnochado o con un marxismo beligerante que parte de la dolorosa situación del país se debe en parte a que la religión, y en particular la cristiana, y específicamente el catolicismo, ha sido un factor de atraso social; hay quienes miran la visita como artificio, uno más, de los poderosos, para darle “pan y circo” al pueblo, y también están aquellos hombres del poder que efectivamente quisieran que esta visita los avalara en sus acciones políticas o económicas, o a los que cínicamente no les importa nada lo que tuviera que decir el Papa y seguirán como si nada. Por otra parte, están quienes quisieran que Francisco viniera con la espada desenvainada y pusiera orden en la propia Iglesia católica, en los obispos, en los sacerdotes, tirando las mesas de los cambistas en el templo, o quienes esperan que denuncie la corrupción del gobierno, oponiéndose a los Herodes y Césares que nos oprimen.

Dados todos los factores que intervienen, no es fácil evaluar en tan breve espacio la visita del papa Francisco. Todo lo que va a decir, podría decirlo desde Roma y hacerlo llegar por medio de tantos medios de comunicación actualmente a su alcance; es más, muchos aseguran saber ya lo que va a decir. Pero, como sostenía un famoso teórico de la comunicación, Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”. Si a él le valió la pena venir personalmente, habrá que abrir el oído y escucharlo, no vaya a ser que la palabra que necesitamos escuchar para levantarnos quede como voz en el desierto.

Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM

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