La semana pasada México recibió la visita de destacados economistas que se encuentran a la vanguardia del pensamiento global en la materia.

Los premios Nobel Joseph Stiglitz y George Akerlof, así como el destacado economista de Harvard, Dani Rodrik, fueron parte del grupo que participó en diversos foros para compartir su opinión y perspectivas sobre lo que ocurre a nivel mundial y en México.

El momento no podría ser más oportuno, durante los últimos meses ha quedado claro que el modelo económico que tenía a la apertura comercial como su columna vertebral quedó rebasado por la realidad.

De acuerdo con las estadísticas del Banco Mundial, el valor de las exportaciones de bienes y servicios (como proporción del PIB global) no sólo ha frenado su avance: desde la crisis de 2009 las exportaciones de bienes y servicios vienen perdiendo participación respecto a la generación de valor agregado.

La tendencia a la baja es aún más evidente cuando se revisa el comercio de mercancías: durante 2015, el valor de las mismas como proporción del PIB mundial fue inferior al reportado en 2005.

El proceso de apertura económica no tiene la capacidad de mantener su ritmo de contribución al crecimiento global, algo que se encuentra vinculado al bajo valor agregado de algunos procesos maquiladores.

Como se ha mencionado, exportar importaciones no genera crecimiento económico, solamente la transformación productiva puede hacerlo.

Hoy, en manufacturas, dicha capacidad se encuentra en el Pacífico asiático y en pocos países de Europa, esencialmente en Alemania.

Las naciones que, como México, apostaron a dicho mecanismo se encuentran atrapados por la ausencia de una política industrial.

Lamentablemente los fundamentalistas económicos aún no se han dado cuenta de que el mundo cambió y todavía se empeñan en conservar un modelo económico de apertura que ya no existe.

La postura de los gobiernos de países desarrollados, como Estados Unidos y Gran Bretaña, que influyeron, orientaron, educaron y hasta presionaron durante las décadas de los años 80 y 90 para que las naciones en desarrollo adoptaran un modelo de apertura económica ortodoxo, hoy revisan el esquema de integración económica que crearon. El Brexit, la renegociación del TLCAN y la cancelación del TPP son la mejor muestra.

No obstante, el fundamentalismo económico, guiado por la utopía, la ingenuidad, el desconocimiento o la representación de intereses exógenos intenta convencer a sus tutores de que regresen al modelo de apertura de hace 30 años, para hacerlo han creado el fantasma de un proteccionismo que no existe.

En el extremo intentan presentar a China como el defensor de la libertad comercial o como una alternativa al tipo de globalización maquiladora. Dicho planteamiento muestra la debilidad de su análisis.

La razón es presentada magistralmente por Usha y George Haley en su libro Subsidies to the Chinese Industry (Oxford University Press).

En dicho texto presentan el modelo de subsidios aplicado por el gobierno chino durante los primeros años del siglo XXI en industrias estratégicas como el acero, vidrio, autopartes, papel y energía.

De acuerdo con los autores, más de 100 mil millones de dólares fueron canalizados tan sólo a estas industrias entre 2002 y 2008.

Sin lugar a dudas que ello explica el impresionante crecimiento que las ubicada en los primeros lugares de la producción mundial.

La Organización Mundial de Comercio señala que va en contra de las reglas del libre comercio.

La realidad muestra que el libre comercio no se alcanzará porque hay gobiernos que aplican un Capitalismo de Estado que busca elevar la productividad de sus empresas para beneficio de sus sociedades.

Sólo los fundamentalistas económicos en México, atrapados en el pasado, siguen luchando por regresar a un lugar que no existe. Ahora claman por eliminar los mecanismos que salvaguardan al país del comercio desleal.

No son consientes de lo que Dani Rodrik mencionó el martes pasado en la Cámara de Diputados: la globalización no es un mecanismo de desarrollo.

La globalización representa el entorno en donde las naciones deben construir un modelo económico propio, uno que responda a sus necesidades y no a lineamientos elaborados en otras latitudes, con otras realidades e intereses.

Director del Instituto para el Desarrollo
Industrial y el Crecimiento Económico

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