A don Luis Álvarez; pilar
de un PAN que se perdió.

Enrique Peña Nieto decidió hacer valer el Estado laico frente a la homofobia, de origen cristiano, que prevalece en amplísimos sectores de la sociedad (¿virreinal?) mexicana. Y es fortalecer el Estado laico, pues éste debe legislar al margen de credos y dogmas religiosos. Propuso dos iniciativas que protegen y equiparan los derechos de la comunidad lésbico-gay en todo el país, con los del resto de mexicanos. Eso, contrariamente a lo que hizo Felipe Calderón, quien impugnó la legislación que en ese sentido se aprobó en la Ciudad de México. En efecto, con los gobiernos del PAN se hizo más borroso el Estado laico. Baste recordar el gran crucifijo tras la toma de posesión de Vicente Fox como presidente.

Es cierto que en los últimos años el PRI también desdibujó su origen liberal y laico, y se sumó al PAN en numerosos estados para dar marcha atrás u obstruir varias reformas relativas a libertades de conciencia. Pero Peña, por las razones que sean, decidió recuperar ese valor del priísmo histórico (uno de los pocos rescatables del viejo nacionalismo revolucionario). Veremos qué posiciones toman los distintos partidos en el Congreso. El PRD ha sido el principal impulsor de los derechos de la comunidad lésbico–gay (con Marcelo Ebrard). Pero he aquí que Morena (que más parece una secta religiosa que un partido) se equipara en tales temas nada menos que al PAN; podría decirse que ambos partidos son lo mismo, sólo que unos son “mochos” y otros “mojigatos”. Ha dicho AMLO que los derechos de la comunidad gay “no son tan importantes”. Tiene razón; no lo son en términos electorales, porque esa comunidad es pequeña frente a la gran cantidad de electores homófobos que persisten en México. Actuar en favor de esa comunidad, o siquiera pronunciarse por ella, le daría pocos votos, pudiendo perder, en cambio, muchos de los que se oponen. El saldo sería negativo para lo que sí es realmente importante; los votos (no los derechos de nadie).

En cuanto a la Iglesia no sorprende su reacción, pues tras 150 años de Estado laico no acaba de entender (y menos aceptar) lo que eso significa. Nadie le exige ofrecer el santo matrimonio a parejas del mismo sexo, pero eso no implica que el Estado no pueda y deba hacerlo, precisamente por estar por encima de toda religión (que mantiene pautas de discriminación inaceptables para un Estado democrático). De hecho, la restricción y visión pecaminosa de la Iglesia no ha sido sólo sobre el homosexualismo, sino en prácticamente toda sexualidad. Dijo Jesús (que era más liberal que Jehová en todos los temas menos en éste): “Oísteis que fue dicho a los antiguos ‘no adulterarás’. Más yo os digo que cualquiera que mire a una mujer con concupiscencia, ya adulteró con ella en su corazón”. Admirar la belleza de una mujer y desearla equivale a adulterar con ella. Mejor ni verlas. Peor aún, san Jerónimo (siglo IV y V) decretaba: “Nada es tan sucio como tener sexo con tu esposa, de la misma manera que lo sería con cualquier otra mujer”. Y por masturbarse, Onán fue aniquilado directamente por Jehová. No hay escapatoria (las hormonas son diabólicas). Para su fortuna, pocos cristianos toman en serio tales gazmoñerías, pero en cambio no han evolucionado gran cosa respecto de otras formas de sexualidad (incluida la homosexualidad). ¿Por qué en la práctica se han desechado algunas restricciones sexuales (como la virginidad) y no otras? La intensidad con que las iglesias judías, cristianas y musulmanas difundieron la homofobia penetró en las sociedades donde se instauraron, al grado de secularizarse (es decir, se mantiene incluso entre no practicantes, no creyentes y ateos). Hasta hace poco la homosexualidad era considerada una enfermedad; Peña enfatizó que la verdadera patología (social) es la homofobia, causante de agresiones y crímenes de odio, en lo cual México ocupa el segundo lugar (como si nos faltaran). Una patología de la cual el cuerpo social en México está todavía gangrenado. Estos y otros derechos y avances se han dado en las sociedades occidentales, no gracias al clero, sino a pesar y en contra de él.

Profesor del CIDE

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