Regreso al futuro. Con su Asamblea Nacional que culminará el próximo fin de semana, el PRI entra hoy a la discusión sobre su visión de futuro y el programa que le propondrá al electorado. Pero el tema al que los medios le asignarán mayor valor informativo es el de la definición de los requisitos y el método a seguir para la selección del próximo candidato presidencial de ese partido. Aquí esperan encontrar pistas que les permitan adivinar el nombre de quien será nominado: una tradición que permanece inmutable en las rutinas informativas casi nonagenarias del periodismo mexicano. Sí, desde que en 1929 se equivocaron los periódicos de la época al anticipar el nombre de Aarón Sáenz como el primer candidato presidencial del Partido Nacional Revolucionario, el abuelo del PRI.

También concentran la atención de informadores, ‘comentócratas’ y pescadores a río revuelto los nombres de quienes podrían estar el próximo uno de julio en las boletas de los candidatos a la Presidencia por el PAN y el PRD. No se inquiere sobre proyectos de país, programas de gobierno, estrategias contra la desigualdad, la inseguridad o el fenómeno Trump. Sólo importan lo posibles candidatos presidenciales o el eventual candidato común de estos partidos. Y ya ni hablar de la tercera candidatura presidencial de AMLO. A la manera en que se procesaban las candidaturas priístas de la época del providencialismo y el absolutismo presidenciales hace treinta años y más, López Obrador mantiene en acrítica expectación a algunos medios ante su siguiente desplante o puntada, que no resistirían un mecanismo de verificación de hechos como el de algunos medios estadounidenses para los dichos de Trump.

La cultura del más arcaico presidencialismo vive y sigue presente en las rutinas informativas de los medios y en la conversación pública, en la preocupación de los grupos de interés y ya no se diga entre los jugadores políticos y sus fanaticadas. Poco importan los radicales acotamientos al poder presidencial del último cuarto de siglo.

El discurso del no. En este escenario, en su Asamblea Nacional el PRI podría marcar la diferencia si acierta a asentarse en las nuevas realidades y logra definir un mensaje y un programa que conecten con un electorado nuevo, que participa activamente de una percepción global de profunda desconfianza en las instituciones públicas —incluyendo los partidos—, con los problemas de gobernanza que ello acarrea en el planeta.

Para empezar lo podría diferenciar de un eventual frente del PAN y el PRD, sólo unidos por el discurso del no a la victoria del PRI o de AMLO, pero profundamente divididos en los temas más sensibles de la agenda política. El argumento de que sólo a través de coaliciones electorales de desafectos se pueden lograr mayorías que aseguren gobernabilidad choca con la experiencia internacional de coaliciones entre cúpulas de fuerzas adversarias, que devienen gobiernos inestables y agregan nuevas amenazas a la gobernabilidad.

Gracia beisbolera. Respecto al otro frente electoral, la Asamblea priísta estaría en aptitud de colocar también en el debate una serie de valores diferenciales con AMLO. Ante discursos, actitudes y conductas anti sistema o anti instituciones, podría proponer un programa convincente de renovación y saneamiento de las instituciones, asociado, además, a dos o tres nombres intachables de los que saldría su candidato. Los tiene.

También estaría en aptitud de afirmar sus identificadores positivos, que también tiene. Pero tendría que evitar la vía de negar —invocándolas— las descalificaciones que recibe, a la manera del “Me han dicho mariquita”. Pero también al modo de AMLO, aunque con gracia beisbolera, en el video en que se dijo a salvo (sólo que enumerándolos) de los rasgos más negativos que se le asignan. Con un problema adicional: sostuvo lo que dijo que no es, pero no dio una sola pista de lo que sí es y piensa hacer. Y esto tiende a reforzar temores surgidos de sus arraigados identificadores negativos. Al bat, el PRI.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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