Daisy angloamericana. Desde que el republicano Donald Trump metió a México en el proceso electoral de Estados Unidos —y la demócrata Hillary Clinton no se quiso quedar atrás— el proceso electoral estadounidense se metió también, como nunca antes, en el debate público mexicano. Lo nuevo no es sólo el relativamente alto nivel de conocimiento, de este lado, de la contienda que se realiza al otro lado, sino la percepción de que ahora hay algo más en juego en el desenlace, que la tradicional curiosidad con que una pequeña franja de mexicanos asistía a aquella competencia política como atender el Super Bowl.

Por otro lado, todo indica que se está generando además un importante movimiento de opinión de la inteligencia de dentro y fuera de Estados Unidos para cerrarle el paso a la Casa Blanca a la voz quizás más antimexicana de la esfera pública estadounidense desde la guerra de 1847. A su vez, la reacción antiTrump, interna y externa, quizás no tiene precedente desde el horror mundial que despertó la candidatura republicana de Barry Goldwater, un activo conservador de Arizona en 1964.

Uno de los motores de ese rechazo fue la trasmisión del más célebre spot de la historia universal de la propaganda política, conocido como Daisy, que conjuntó a altos talentos técnicos y artísticos de la época, y que sugería que este combatiente a muerte, desde su frontera de la Guerra Fría, estaba dispuesto a llevar al mundo al holocausto nuclear. Aquí lo pueden ver: https://www.youtube.com/watch?v=dDTBnsqxZ3k.

Daisy mexicana. Una sola emisión, de un minuto pasadito, el 7 de septiembre, de esta pieza maestra de comunicación política, dio el giro a la elección presidencial del 3 noviembre de 1964, que ganó el presidente en funciones Lyndon Johnson con cerca de dos terceras partes del voto popular (61.1%), algo nunca visto desde 1820. Se los resumo: una tierna pecosita de dos años deshoja una margarita con errores en el conteo. Pero cuando finalmente llega al nueve, la sustituye una voz siniestra que inicia la cuenta regresiva del lanzamiento de un misil. La niña voltea al horizonte y la cámara hace zoom hasta que una de sus pupilas llena la pantalla.

Cuando la cuenta regresiva llega al cero se refleja en el ojo de la pequeña una brillante explosión nuclear en medio de un estruendo aterrador. Columnas de fuego y humo llegan al cielo rubricadas por un texto, paráfrasis nada menos que de un poema de Auden, en que el presidente Johnson dice que lo que está en juego es construir un mundo en que los niños de Dios puedan vivir, o ir a las tinieblas.

Llevado hoy el discurso de Trump a un spot como el que venció a Goldwater, Daisy sería mexicana. Y encapsular en un spot el plan de expulsar a 11 millones de hispanos, trazaría visiones apocalípticas de columnas interminables de humanos atravesando desiertos y montañas en que las imágenes de los refugiados sirios o africanos de hoy serían tiernos cuentos para niños.

Juárez. Y hay otro problema. Goldwater perdió pero había avivado en un sector de los votantes, cercano al 40%, la paranoia que encontraba en cada movimiento antiopresivo en el mundo, el germen del comunismo. Y el ganador Johnson pareció retomar esa agenda con su costosa aventura vietnamita, su invasión a Dominicana y el endurecimiento de las medidas contra Cuba. Y es el caso que Trump avivó un sentimiento anti migrante y antimexicano que presionará sobre la agenda de la probable ganadora Hillay Clinton con efectos ciertamente desconocidos.

México ha ido afinando su postura ante estos escenarios y el lunes el presidente Peña reafirmó por un lado el principio de no intervenir en el proceso electoral de otro país, pero, por otro, advirtió contra los discursos discriminatorios, en campaña o no, con el célebre apotegma juarista sobre el respeto al derecho ajeno expresado al triunfo sobre la intervención francesa, en 1867. Es decir, que en 2017, por si nos faltaran fuerzas (o efemérides) allí está el sesquicentenario de aquella gran victoria nacional.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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