Así lo dijo Antonio Elorza después del atentado de la Nochebuena en Estambul que mató a 40 personas, el vigésimo acto terrorista en un año. Nos invitaba a una manifestación de solidaridad semejante a la que despertaron los atentados de París, Niza o Berlín. Además mencionaba que “justo por la durísima circunstancia que atraviesa el país, con su cascada de muertes y la interminable represión posgolpe, se hace aún más necesario el ejercicio de solidaridad en nombre de un Todos somos Turquía.

El extraño putsch fallido del 15 de julio 2016 le abrió el camino al presidente Erdogan para realizar su sueño de un poder absoluto y vitalicio; la instauración del estado de urgencia le permitió emprender un golpe de Estado legal para destruir toda oposición: la cuarta parte de los 14 mil jueces y procuradores han sido suspendidos o arrestados, incluso magistrados de la Corte constitucional; ejército y policía han sufrido purgas masivas, más de 160 mil funcionarios han sido despedidos: 30 mil maestros, 4 mil 500 universitarios. Más de 40 mil personas han sido encarceladas, entre las cuales 59 diputados del partido prokurdo y 162 periodistas. Censuran a Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura, y arrestan a escritores reconocidos como Asli Erdogan. Los que siguen en libertad sufren un ostracismo brutal: el gobierno publica sus nombres en las listas de proscritos, confisca los pasaportes de sus familiares.

Más de 2000 escuelas y universidades han sido cerradas, así como 150 medios de comunicación y el régimen persigue cualquier tipo de crítica en internet; Gobernación informó el 24 de diciembre que investigaba 10 mil internautas, sospechosos de actividades “terroristas” o de “insultos” a las autoridades. Periódicamente, se frena el acceso a Twitter, YouTube y Facebook y desde antes del putsch el gobierno pedía a Twitter el bloqueo de miles de cuentas.

La novelista Asli Erdogan, arrestada en su casa el 17 de agosto pasado, ha sido invisible hasta su proceso, en compañía de ocho intelectuales y periodistas, a fines de diciembre. En noviembre logró mandar una carta a la comunidad internacional: “Nuestro gobierno quiere monopolizar la ‘verdad’ y la ‘realidad’”. Toda opinión un poco diferente, la reprime con violencia. La situación es muy grave, de terror, inquietante en extremo… Europa, obsesionada por la crisis de los refugiados, no se da cuenta del peligro de la desaparición de la democracia en Turquía”.

El 29 de diciembre, el juez ordenó su liberación condicional, bajo control judicial, mientras termina el proceso. Sigue amenazada por una posible condena a cárcel perpetua. En Francia se formó un comité de apoyo y en enero se publicó una antología de sus artículos, artículos presentados por el procurador como pruebas de su actividad criminal. El Pen Club le otorgó el premio Kurt Tucholski 2016, premio reservado a los autores que luchan por la paz y la libertad de prensa.

Hace poco el historiador francés Nicolas Baverez denunció la “triple ruptura de Erdogan con la democracia, con Occidente y con la modernidad” y le pidió a Europa “tomar nota de la desaparición de toda comunidad de destino o de valores con Turquía, interrumpiendo el proceso de adhesión a la UE y suspendiendo su participación en el Consejo de Europa”. Timothy Garton Ash, catedrático de la universidad de Oxford, publicó un llamado a la Solidaridad con la otra Turquía (El País, 7 de marzo): Ahora que Erdogan está apretando las tuercas, ha llegado la hora de la ayuda cívica. Las organizaciones de defensa de los derechos humanos y de la libertad de expresión deben mantener sus campañas de apoyo a los individuos y grupos oprimidos. Es que el acoso a la disidencia crece cada día y los medios multiplican sus campañas de acusación, denuncia y difamación que son verdaderos linchamientos de los “enemigos de la patria” y de su Padre, el presidente Erdogan.

¿Debemos ayudar a la “otra Turquía”? Creo que sí, porque los gobiernos no hacen ni harán nada. ¿Cómo? Buena pregunta.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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