En 1956 las elecciones legislativas francesas asustaron a la clase política. De la nada surgió un movimiento político encabezado por un desconocido, el sr. Poujade, humilde abarrotero de provincia que le dio su lema: ¡Sortez les sortants! O sea “Fuera los que salen”, es decir los políticos de la legislatura anterior. El fuego de paja no duró mucho, pero entre los diputados novatos uno se haría famoso: Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional y padre de Marine Le Pen, quien va a pelear la presidencia de Francia en la segunda vuelta que la opondrá a Emmanuel Macron, un independiente como Poujade, aunque de un corte muy diferente.

Hace cincuenta años, un libro famoso, todavía actual, diagnosticaba que Francia era una “sociedad bloqueada”. Bien sabemos que cuando se tarda demasiado en hacer las reformas necesarias, la presión acumulada culmina en explosión. Es muy probable que la segunda vuelta, la de la primera semana de mayo, lleve al joven Macron a la presidencia. No hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado, pero eso debería ocurrir. ¿Y después? ¿Una revolución sin violencia o más de lo mismo?

En su último libro, publicado el año pasado, (El nuevo siglo político) Alain Touraine afirmaba que “el envite de la próxima elección (presidencial) no es el enfrentamiento entre una derecha liberal o autoritaria y una izquierda social-demócrata o social-liberal, sino el derrumbe general y final de la cultura y de la política de la sociedad industrial. Francia tuvo muchas dificultades para salir de esa etapa de su historia, debido a la fuerza material e ideológica de su Estado. Pero todo permite pensar que logrará juntar sus fuerzas para entrar con vigor en una nueva etapa de su historia (…) En nuestro siglo de mundialización, la democracia puede recibir su legitimidad solamente con la afirmación de los derechos de los hombres y de las mujeres como sujetos humanos”. Esperaba que los franceses escogieran un presidente capaz de unir las exigencias de la producción con las justas demandas populares en una versión acogedora y moderna del progreso, un presidente que sepa impulsar el desarrollo económico, valorizar las ideas de las clases medias y encargarse de la defensa de las categorías más desfavorecidas. ¡Qué programa!

Emmanuel Macron, que tuvo un millón de votos de ventaja sobre Marine Le Pen, es un buen intelectual, marcado por el catolicismo social. Sin experiencia política, ¿podrá realizar la revolución tranquila diseñada por Alain Touraine? Para ganarse los millones de franceses que abrazaron las fuerzas antisistema de las extremas izquierda y derecha, para convencerles que la grandeza de Francia necesita la grandeza de Europa, para sacar a todos los franceses de su increíble pesimismo, tendrá que manifestar un extraordinario genio político. La “sociedad bloqueada” de Francia es la más pesimista del mundo: 81% dice que todo va de mal en peor y solo 3% dice que va mejor.

Mi admirado Pierre-Noël Giraud, autor de El hombre inútil, libro leído y apreciado por Macron, piensa que si todo sigue igual, “iremos a la guerra civil, o por lo menos hacia graves violencias sociales y el derrumbe total de un ‘Estado para todos’, el único garante de una paz civil. Por la paz o por la guerra, tal es la nueva línea divisoria del campo político”. Si Macron llega a la presidencia, ¿intentará, podrá realmente hacer lo que promete? A saber, ni izquierda, ni derecha, sino unir los “progresistas” de izquierda y derecha. Francia nunca ha sido centrista y eso sería un nuevo centrismo, “técnicamente correcto”, estima Antonio Elorza. De la misma manera, su declarado europeísmo y admiración por el modelo alemán son “técnicamente correctos”. Pero desde 1789, los franceses han huido del centro para abrazar alternativamente los extremos terroristas o contrarrevolucionarios. Es de desear que el presidente Macron logre crear un justo medio revolucionario.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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