El informe de la ONU, publicado en 2015, sobre las perspectivas demográficas mundiales, nos anuncia —con inevitable margen de error— que para 2100 la humanidad podría contar 11 mil millones de habitantes, de los cuales más de 4 mil estarían en África. Ese continente juntaría más de la tercera parte de la población mundial, pero con un dato cualitativo muy importante: alojaría la mitad de los menores de 15 años del mundo. Un continente con un gran peso demográfico, un continente joven en un mundo que no lo será tanto.

Les dije una vez ya que mi maestro, el historiador Pierre Chaunu, lo había predicho hace cincuenta años, y con alegría. Consideraba que eso completará el gran reequilibrio de las masas humanas que empezó con la “explosión” demográfica de América Latina. En 1500, África tenía el 17% de la población del globo; entre 1500 y 1900 se estancó demográficamente, mientras que Europa y Asia crecían a un ritmo acelerado, de modo que en 1900 no representaba más del 7%. Entre varios factores, mencionó la exportación de esclavos, estimada a 17 millones por los mercaderes árabes del siglo VIII al XX, y a 12 millones por los europeos, del siglo XVI al XIX. En 2015 su población rebasó los 900 millones, de los cuales 350 viven en ciudades. Entre los diez países más poblados, hay solo un africano: Nigeria. A finales del siglo serán cinco: Congo, Etiopía, Níger, Nigeria y Tanzania.

Si no ocurren grandes catástrofes… De todos modos, con dos, tres o cuatro mil millones de hombres, la emergencia de África será el gran reto del siglo XXI. El economista Pierre Giraud, que conoce bien el continente, dice que debe hacer su revolución “doblemente verde”, industrializarse rápidamente y dominar su desarrollo urbano. Todos los países emergentes de Asia hicieron su revolución verde, condición de la industrialización, como bien lo demostró Ugo Pipitone: se debe invertir en el capital técnico, natural —salvando y restaurando la naturaleza, por eso la revolución debe ser “doblemente” verde—, humano (formación de los campesinos), social, tanto en el campo como en la ciudad, enseñando el control de la natalidad, algo que muchos países tardan en hacer.

El problema es que muchos Estados africanos siguen entrampados en guerras civiles que se intensifican, y también como víctimas de los “veneros del diablo”, petróleo y minas. Por eso, las primeras naciones que saldrán adelante bien podrían ser como Etiopía: inicialmente muy pobres, porque no tienen esos “veneros”, pero con una tradición estatal muy antigua. Etiopía es hoy uno de los lugares preferidos para las inversiones industriales chinas. Hace un año, el Financial Times publicó un largo reportaje, La paradoja de Etiopía, sobre este país pobre, sin acceso al mar, sometido a un régimen autoritario, que conoce un crecimiento asombroso. Se beneficia del retorno de emigrados calificados y con capitales, y además goza del “apoyo invaluable de China”. La otra paradoja es que, mientras ha crecido en los últimos cuatro años al ritmo de 9.6% al año, y creado 35 universidades para 500 mil habitantes en el mismo lapso, regiones enteras en el campo están al borde de la hambruna, por culpa de la sequía causada por El Niño. No es la hambruna “bíblica” de 1984 que mató a un millón, pero de ser mala, durante la próxima temporada de aguas 15 millones de personas la pasarán fatal.

Otro país que sorprende al mundo es el muy pequeño Ruanda (26 mil kilómetros cuadrados) que, después del genocidio de hace 22 años, crece al ritmo de 9% y redujo la pobreza un 25% en los últimos cinco años. Enclavado en el corazón de África, sobrepoblado, sin grandes recursos naturales, parece escolarizar a todos los niños. La esperanza de vida es de 64 años, cuando el promedio continental es de 45. Mientras, gigantes muy bien dotados, como Congo y Nigeria, no han logrado nada semejante. Otra paradoja.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@cide.edu

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