El mundo de la poesía está dividido después de que el cantante y letrista Bob Dylan (de quien me considero fan) ganara el premio Nobel de Literatura 2017, sus seguidores (los de hueso colorado) no dudan ni por un segundo el merecimiento del galardón dado al autor nacido en Minessota, Estados Unidos; otros, en los que me incluyo, tenemos una pelea interna entre nuestra fascinación por la figura y música de uno de los cantantes más influyentes del siglo, y un premio que esperábamos fuera otorgado a alguien dedicado más a la literatura. Y es que si bien Bob Dylan tiene publicados un par de libros (no de poesía) y la UNAM incluyó hace ya algunos años algunas letras de sus canciones en una antología de poemas, no deja de causar cierta extrañeza la decisión de la Academia Sueca. Las razones, según los jueces, por las que tomaron la polémica decisión fueron que consideran que Dylan ha creado “una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”, no sabemos qué tan particular y literaria es esa “nueva expresión poética”, qué tan “más literaria” es comparada a la de otros grandes, como Tom Waits, Nick Cave o Leonard Cohen (premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011), este último sí con una trayectoria más consistente en el mundo de la literatura; mi teoría personal es que el Nobel siguió en cierta manera el precedente del Premio Príncipe de Asturias, si atinó o no ya es otra cuestión.

Pero no desvíe el lector su atención a las polémicas internacionales habiendo otras porfías quizá más de llamar la atención y, además, domésticas. No ha habido tanto escándalo (y quizá debería) por un proyecto, patrocinado por el FONCA, en el que se apoya a una autora que ha trabajado con las nuevas tecnologías, en particular WhatsApp, para romper, dicen, con la rigidez de los formatos (que en poesía son a veces más que flexibles) y llevar el mundo poético al mundo del emoticón; es decir (respire y tome asiento), hablamos del Poemoji, o poemas hechos exclusivamente con emoticones. Y nadie duda que ciertas expresiones, conceptos y demás puedan tener una manifestación clara (o subjetiva, depende el poeta) con una serie de símbolos (pienso en el peruano Hinostroza); en sistemas de escritura carentes de letras y palabras (como el chino) la literatura debe regirse por principios similares, y la poesía visual lleva ya muchos años entre nosotros. Pero la elaboración de conceptos o la creación de imágenes (y la poesía no es sólo eso) a través de estas herramientas tiene sin duda limitantes, y estas manifestación pueden estar más cerca de las fronteras del arte conceptual que de la poesía. Y más allá de los conceptos y las ideas novedosas que en su libertad cada artista pueda plantear y llevar a la práctica (cosa que nadie puede limitar o invalidar) queda la cuestión y el hecho importantes aquí: entre los miles de proyectos literarios que entraron al FONCA, Poemojis es uno de los seleccionados que recibe la tan peleada beca y apoyo económico. ¿Lo merece? El FONCA piensa que sí.

@Lacevos

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