Compré mi primer librisco de Dylan en 1964 bla bla bla. Me pareció padrísimo eso de que más les valía a los padres y madres del mundo escuchar lo que les decíamos sus bla bla bla. Lo seguí hasta por lo menos Planet Waves, donde había una canción preciosa, “Dirge”, que te amo y te amo, nena, te amo bastante y bla bla.

Todavía espero que en un gesto noble y audaz, Bob Dylan se sostenga como lo que siempre ha dicho ser, un “entertainer”, no un poeta, y menos un bardo. (Lo dice él, eh, nena.) Sabe bien qué es un bardo y qué es poesía, claro. Sabe bien qué sucede en un poema de Whitman, Apollinaire o Ginsberg y sabe qué le sucede al lector. Y sabe que lo suyo no cae en esa categoría; que lo suyo es más bien conservador, con su ritmo 3/4 y sus rimas pareaditas kiss miss, y entonces quizás evoque la congruencia y rechace el premio y se haga más famoso aún y bla bla bla. O que acepte el dinero —una bagatela— y se lo regale a los niños pobres de África, como cuando cantó para el “Live Aid” en Filadelfia y lo miraron en la tele mil 900 millones de personas. (Mil 900 bla bla bla.)

Aunque me cae en gracia que le den un premio de literatura a alguien así de popular, porque chance y entonces ya lo popular deje de ser tan premiable y a otra cosa mariposa y listo y ya todo ha terminado, bebé azul. Y me simpatiza que las izquierdas mexicanas sientan tan lindo frente a un poeta que se declara neciamente apolítico, que diga que las canciones políticas son puros eslogans y que su verso político más famoso sea uno que dice que “hasta el presidente de Estados Unidos a veces está encuerado” y el público aúlle, wow man cool.

Y que le den el Nobel a un poeta que sale en anuncios de ropa interior de señoritas no victorianas pero sí Victorias, también es simpático. Y que sea muy multimillonario (tremendous!) y tenga 10 mansiones y que su canción más famosa se trate de cuánto aborrece a una dama equis (¿qué se siente, nena, eh?) y que le guste tanto el dinero que a veces se le olvida pagarle a sus músicos y yeah, you gotta serve somebody.

Pero lo más celebrable de todo es que la Academia Sueca haya tenido la osadía premiar a alguien que desdeña la censura micrométrica de los populosos fiscales de la corrección política; a alguien que pudo escribir una canción (o poema como se dice ahora) que dice lo que le viene en gana y que hasta la derecha israelí encontró excesiva:

“El bully del barrio es solo un hombre/ sus enemigos dicen que ocupa sus tierras/ está en desventaja de uno contra un millón/ no tiene escapatoria, no tiene a dónde ir/ es el bully del barrio./ Vive para sobrevivir/ lo condenan por vivir/ dicen que no debe defenderse/ que se aguante y se tire al piso cuando le tumban la puerta./ Lo han sacado de todos los barrios/ ha vagado exiliado por el mundo/ ha visto desbalagarse a su familia/ y cómo lo persiguen siempre bajo juicio por haber nacido./ Lo critican porque se defendió de los linchadores/ porque destruyó una fábrica de bombas que iban a aventarle./ Debe acatar las reglas que el mundo le impone/ siempre con el nudo al cuello/ y una pistola apuntándole/ y que cualquier maniático tenga permiso para matarlo./ No tiene aliados/ paga por lo que tiene, nada le dan por amor/ compra armamento obsoleto/ y nadie le ofrece pelear junto a él./ Vive rodeado de pacifistas/ que rezan cada noche por la paz/ y no matan a una mosca/ pero esperan que el bully se quede dormido./ Colapsaron los imperios que lo esclavizaron/ Egipto y Roma y Babilonia/ y él creó un edén en el desierto sin someterse a nadie./ Han pisoteado sus libros sagrados/ ha firmado pactos que no valen ni el papel./ Junta las migajas del mundo y las convierte en riqueza/ toma la enfermedad y la convierte en salud/ ¿Qué hizo el bully para merecer sus cicatrices?/ ¿Cambió el curso de los ríos?/ ¿Contaminó la luna y las estrellas?/ Avanzan las horas. El tiempo se estanca... ¿Qué le debe a nadie el bully del barrio? La respuesta es: Nada.”

Pues así son las campanas de la libertad (y bla bla bla).

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