No deja de ser preocupante el tono del discurso que han adoptado algunos funcionarios mexicanos en relación al tema de la migración hacia Estados Unidos. Al parecer, algunos de ellos están genuinamente convencidos de que el problema de Estados Unidos con los migrantes se circunscribe a aquéllos de origen centroamericano. Ayer, por ejemplo, en la conferencia de prensa que dio junto con los secretarios estadounidenses, Tyllerson y Kelly, el canciller Luis Videgaray abordó este tema y sugirió que habría una cierta colaboración entre los dos países para enfrentar este asunto de manera conjunta (“una responsabilidad compartida”, le llamó). También llamó a adoptar un enfoque que no se limite a temas migratorios, “sino que atienda las verdaderas causas del fenómeno migratorio, como son el desarrollo y la estabilidad de estas naciones”.

De hecho, en un tono hasta cierto punto condescendiente, Luis Videgaray habló de que México y Estados Unidos convocarían conjuntamente a una discusión sobre la problemática y los factores que producen la migración centroamericana. Según él, uno de los acuerdos logrados fue el de convocar a un encuentro con otras naciones de la región “para que tengamos un diálogo constructivo y asumamos una responsabilidad regional conjunta para el desarrollo de América Central, entendiendo que es a través del desarrollo y la estabilidad como realmente pueden atenderse las causas de la migración”.

Todo esto parte de un diagnóstico claramente equivocado: según Videgaray, México ya dejó de ser un país generador de migrantes y ahora es, en sus propias palabras, “un país de tránsito”. Según él, “el fenómeno migratorio hoy tiene su origen principal en los países hermanos de América Central”. Quizás el canciller no lo sepa aún (recordemos que vino a aprender), pero de acuerdo a las cifras oficiales de la agencia encargada de temas aduanales y de inmigración en Estados Unidos (ICE, Immigration and Customs Enforcement), 62.4% de todos los deportados en 2016 fueron de origen mexicano y sólo el 32% correspondieron a migrantes provenientes de países centroamericanos. No somos, pues, sólo un país de tránsito de migrantes, sino que somos también un país generador de migrantes exactamente por los mismos factores atribuidos a la migración centroamericana: por la falta de desarrollo y por la inestabilidad e inseguridad en vastas regiones del país.

Esta actitud tan solícita de parte del gobierno mexicano tiene una lectura clara: México parece estar dispuesto a seguir fungiendo como el policía fronterizo de Estados Unidos. Se trata, quizá, de usar como moneda de cambio el control de la migración centroamericana con tal de mantener vigente el TLCAN (lo cual ni siquiera es obvio que pueda lograrse). Esto a su vez implica otras cosas: por ejemplo, el permitir que la política migratoria de Estados Unidos se asiente en México y que oficiales de ese país nos ayuden a controlar el paso de los bad hombres centroamericanos. En esto, como en tantas otras cosas, el gobierno mexicano estaría actuando de manera equivocada. En el tema de la migración no podemos ponernos del lado de Estados Unidos, sino del lado de Centroamérica: la suerte de miles de migrantes en su intento por entrar a Estados Unidos es conjunta, independientemente de su lugar de origen. Por ello, México debería adoptar una postura más humanista y solidaria. Deberíamos, para empezar, reconsiderar nuestra política de visas y de persecución de migrantes centroamericanos. Por otro lado, deberíamos establecer un compromiso explícito de respeto a los derechos humanos de los migrantes. Si esto es lo que queremos exigirle a Estados Unidos para nuestros connacionales, eso mismo deberíamos ofrecerle a los migrantes que cruzan por nuestro país. En materia migratoria actuemos como hermanos de los centroamericanos y no nos casemos con Estados Unidos. Evitemos la tentación de convertirnos en la madrastra de la película.

Economista

@esquivelgerardo

gesquive@colmex.mx

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