Años atrás, muy pocos aspectos de nuestras vidas estaban permeados por el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Ahora es prácticamente imposible imaginarnos sin utilizarlas; y aunque no sea perceptible, cada día los desarrollos tecnológicos tienen mayor influencia en nuestras actividades, incluso en la forma en la que nos relacionamos con otras personas.

Las últimas dos décadas se han caracterizado por un dinamismo social global sin precedentes, determinado en gran medida por los nuevos patrones del uso de las cibertecnologías. Se estima que para 2020 se duplique el número de usuarios de software en el mundo, un incremento en extremo veloz y que traerá grandes retos, muchos de ellos hasta ahora desconocidos por los propios usuarios.

El ciberespacio es un mundo hiperconectado y por esta naturaleza amplifica tanto cosas positivas como el altruismo, como las negativas en el caso la delincuencia. La ilusión del anonimato que este espacio ofrece es el refugio perfecto para quienes perpetran ataques mediante la web.

La ciberdelincuencia es un fenómeno en alza que pronostica sólo un escenario, en el que los ciberataques continúen aumentando en frecuencia y magnitud por los próximos años. El informe de Cybersecurity Ventures de 2016 estima que el costo anual que el cibercrimen representó para el mundo en 2015 fue de 3 billones (trillion) de dólares, y se calcula que para 2021 la cifra supere los 6 billones, un incremento de más de 100% en tan sólo cinco años. En el caso de México, las pérdidas se calculan en cuatro mil millones de dólares cada año.

Para ejemplificar el alcance de los ciberataques, recordemos las pérdidas de 4 mil millones de dólares que el software malicioso WannaCry cobró al mundo a inicios de mayo pasado. El virus logró extorsionar los sistemas de información tanto de empresas como de gobiernos, exigiendo un pago de 300 dólares por equipo a condición de no eliminar y después liberar su información. Sin duda, es un tema que demanda una respuesta desde las instituciones multilaterales y la cooperación internacional para su efectivo combate.

Así, mediante el Convenio sobre la Ciberdelincuencia es que desde 2001 el Consejo de Europa pretende alcanzar la armonización de leyes nacionales y la mejora de técnicas utilizadas para la investigación en delitos informáticos. Lamentablemente, en México aún no logramos adherirnos a ese instrumento pese a ser el país más inseguro en este rubro, de acuerdo con datos de la OCDE.

Según el Inegi, cerca de 60% de los mexicanos son usuarios de internet. El Estudio de Consumo de Medios y Dispositivos entre Internautas Mexicanos 2017 por el Interactive Advertising Bureau señala que, de 2015 a 2016 casi se duplicó el número de internautas mexicanos que realizaron alguna compra o transacción por internet, pasando de 37% a 66%, lo que incrementa igualmente el riesgo de ser víctimas de algún delito.

Es claro que el límite entre lo off-line y lo on-line se desvanece al amplificarse el uso de las TIC en las actividades más insospechadas, y desde cualquier clase de aparato.

La vulnerabilidad en el ciberespacio no sólo se da en términos de la seguridad de la información que se vive en México. Las ciberamenazas han evolucionado globalmente, desde sólo afectar a computadores y redes hasta arremeter también contra las personas, medios de transporte, redes eléctricas o cualquier cosa con un pulso electrónico.

En México, aún debemos trabajar para lograr certidumbre en la protección de la información. Es tiempo de asumir un compromiso serio en el actuar de las autoridades nacionales, conforme a estándares internacionales en la materia. No perdamos de vista que este es, sin duda, un tema prioritario para la seguridad nacional.

Senadora por el PAN.
@GabyCuevas

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses