Como una gran campanada, los resultados de los comicios presidenciales de Estados Unidos retumbaron en todos los rincones del planeta. La sociedad estadounidense expresó su voluntad y se hizo escuchar plasmando su voto en las urnas el 8 de noviembre.

Este año nos ha sorprendido constantemente. Con el referéndum en Reino Unido el pasado mes de junio o el plebiscito de octubre en Colombia, occidente ha manifestado un hartazgo con el sistema político establecido. Fue en este sentido que la victoria del candidato Donald Trump se sumó a una serie de acontecimientos que denotan la entrada de una nueva forma de pensar y actuar en nuestro hemisferio.

El presidente electo recibió con parsimonia y madurez los primeros resultados de las elecciones, una actitud contraria al discurso incendiario y provocativo que estábamos acostumbrados a ver cada vez que aparecía en escena.

Quizá por la desfachatez y nula actitud diplomática del candidato Donald Trump, el mundo entero miró con asombro los resultados electorales estadounidenses. Ante este suceso es preciso mirar hacia delante. La federación estadounidense eligió a quien será su presidente durante los próximos 4 años.

En su primer discurso, el magnate mencionó sus principales objetivos y supervaloró la unión en una nación dividida por sus voluntades políticas como terreno fértil para elevar a su país a los mejores estándares mundiales. Mencionó que buscará reactivar la economía, aprovechar la fuerza laboral y establecer una relación de cooperación con aquellas naciones que estén dispuestas a trabajar con él.

Es difícil pronosticar qué depara a Estados Unidos; ni siquiera el propio Donald Trump puede aseverar su comportamiento una vez que establezca su despacho desde la oficina oval, ya que al igual que todos los actores del tablero global, estará sujeto a los acontecimientos internacionales y a su dinamismo.

Un pronóstico real es que, durante al menos los próximos 4 años, nuestro país deberá hacer frente a un nuevo paradigma en su relación con Estados Unidos. Tenemos que fijarnos un objetivo claro, esforzarnos en lo personal para reflejarlo en el bien común. La incertidumbre presenta nuevas oportunidades. Debemos aprovechar el momento para encontrar nuevas vías de acción, no ser únicamente espectadores, ante todo actuar inteligentemente desde el interior y proyectar la fortaleza de México hacia el exterior.

Hay que aceptar la complejidad de la coyuntura, ésta no es peligrosa para quienes están preparados y México lo está. Al ser decimoquinta economía del mundo, estamos obligados a establecer una política exterior —verdaderamente— de Estado que vele por nuestro interés para generar bienestar nacional. Debemos también abrir espacios a la diplomacia pública que nos permitan incluir y empoderar a otro tipo de actores que reflejen la mejor esencia de la relación bilateral.

Recordemos también que lo que mejor puede hablar de México son nuestros connacionales. Ellos son un fuerte motor de la economía del país vecino en los últimos años. Son personas de gran valor, emprendedoras, resilientes.

Nuestro cometido será reforzar las políticas de protección consular. Para ello, será necesario que dotemos a nuestras 50 representaciones consulares en ese país de la capacidad legal y financiera que permita garantizar a la comunidad mexicana la protección de sus derechos fundamentales.

Por último, México deberá promover una mayor diversificación comercial, aprovechar los tratados comerciales que tenemos con 46 países y blindar nuestras remesas, fuente de riqueza nacional y medio de subsistencia de millones de familias en nuestro país.

Apostemos por la fortaleza de nuestra nación. Confiemos en nosotros mismos y en el talento de los mexicanos.

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