En la corta historia de transiciones democráticas en nuestro país, sólo Vicente Fox generó altas expectativas entre sus electores. La polarización que provocó la elección de 2006 no dejó espacio para ello y el PAN pudo capitalizar la animadversión que López Obrador produjo durante mucho tiempo.

La elección de 2012 tampoco generó mayores esperanzas: no hablaba de democracia ni libertades y no hubo una gran promesa. En realidad casi todos —salvo los más jóvenes— sabemos quién es y cómo se comporta el PRI. De hecho, la campaña de Peña Nieto proyectó una imagen de eficacia pero no de un México distinto.

Ahora, a 32 meses del inicio de esta administración, se publicó una encuesta con pocas sorpresas, pues la mala evaluación del Presidente hace mucho que ya no despierta asombro: ni la economía, ni la seguridad, ni el combate a la pobreza han dado buenos resultados. El gobierno podrá argumentar que todo se debe a factores externos; que la culpable es la corrupción arraigada en nuestra cultura; que a otros países “les ha ido peor”. Pero la realidad es que no se han conseguido buenos resultados en las áreas que más importan a la gente. De hecho, las reformas que tanto presumió el gobierno son desaprobadas por la gente y el discurso con el que tanto las pregonó no coincide con la mala implementación.

¿Qué tan grave es el vacío y la mala evaluación del Presidente que el gran ausente —López Obrador— aparece como puntero en la intención de voto para 2018? Ahora resulta que este gran ausente tiene mayor elocuencia y poder de convencimiento que quienes están todos los días en los medios de comunicación.

¿Será el modelo económico o el diseño de la política de seguridad? ¿Será la injusticia o la falta de oportunidades? Me parece que es un conjunto de frustraciones. Pero hoy, contrario a lo que se había visto anteriormente, existen más ciudadanos dispuestos a arriesgarse y a votar por un modelo que se dice distinto.

AMLO ha construido lo que pocos políticos pueden lograr: conoce el país, tiene una estructura propia y se ha adueñado de ciertas banderas. Sin embargo, está latente el riesgo que ha vivido en cada una de sus campañas: él mismo. Mientras que el gobierno de Vicente Fox le regaló conocimiento, victimización y popularidad, su “cállate chachalaca” fue más claro que cualquiera de sus discursos, atemorizó electores y perdió a la clase media y al empresariado. En 2012 quiso hacerle creer a la gente un cambio con su “república amorosa”, pero eso le duró apenas unas semanas antes de su primera confrontación.

De otro lado se encuentran el PAN y el PRI. El primero de ellos dividido, con una bancada que apenas duplicará a la del PVEM en la Cámara de Diputados. El segundo más ochentero que nunca: con candidatos nominados desde Los Pinos, corrupción, ineficiencias y sin renuncias.

¿Qué pasaría si en esta ocasión Andrés Manuel aprendiera a sonreír y agradecer, si decidiera sumar en lugar de dilapidar lo que ha construido? ¿Qué podemos esperar si decide dejar el silencio, si deja en el pasado su discurso “chachalaca” y apareciera un estadista con un proyecto similar al de las izquierdas europeas?

Si López Obrador no se derrota a sí mismo antes de 2018, parece que la izquierda mexicana podría volverse competitiva después de reconstruir lo que destrozó en 2015.

Ante la falta de expectativas, nada más sencillo que el discurso del contraste, la arena más cómoda para AMLO.

Senadora del PAN

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