Ha comenzado la temporada de encuestas. En México y en EU están ya marcando o intentando marcar agendas, preferencias, filias y fobias. Un poco como las temporadas de caza o de pesca, en esta también hay presas, cazadores, anzuelos y señuelos. Y víctimas, muchas.

Tengo el mayor respeto por los encuestadores profesionales. Me parece una profesión seria y digna, con resultados útiles y necesarios para quien sabe cómo utilizar y cómo aprovechar esta herramienta. Lo mismo políticos que empresarios que activistas sociales, por no hablar de medios de comunicación, pueden y deben servirse de un instrumento que es mucho más que solamente la medición instantánea de la temperatura del electorado o de la opinión pública, y mucho más que la fotografía del momento.

Eso, cuando se hace bien y cuando se lee e interpreta correctamente. Como en toda industria, hay quienes hacen su trabajo más para complacer al cliente y menos para mostrarle lo que no quiere ver. Hay quienes creen que es un simple juego de preguntas y número de encuestados, un juego de probabilidades, casi. Pero me ha tocado trabajar con muchos muy serios que saben dotar a su trabajo de la suficiente solidez metodológica y del suficiente escepticismo ante los resultados simples o fáciles.

Sin embargo, como en toda tarea no científica, las cifras pueden leerse o insinuarse de mil maneras. Y aunque a muchos de mis amigos encuestadores les choca la cita, creo que la frase atribuida a Benjamin Disraeli sigue aplicando: hay tres tipos de mentiras. Las mentiras a secas, las mentiras descaradas y las estadísticas.

Iniciaron ya en México y en EU las respectivas carreras sucesorias, y si bien falta aún mucho calendario por recorrer en ambos países, la fiebre está en ascenso.

En EU hay tres etapas en una campaña presidencial. La primera es la de posicionamiento rumbo a las elecciones primarias, en busca de construir o hacer crecer una candidatura, una marca, pues. Del éxito o fracaso de esta etapa depende la capacidad de recaudar fondos, de tener acceso a los debates, de figurar en las encuestas. Y quien no sepa jugar esta fase no podrá llegar a la siguiente, la de las primarias propiamente, donde se decidirán la candidatura a la presidencia y a la vicepresidencia por parte de los dos grandes partidos, y eventualmente, si las encuestas lo animan, de algún independiente. Falta más o menos un año para que eso suceda, y ya vendrá la tercera etapa, la de la elección presidencial en noviembre del 2016.

En México, obsesionados como estamos por la figura presidencial, y acostumbrados desde los viejos tiempos del partido dominante al juego de las adivinanzas llamado futurismo, ya estamos clavados en tratar de predecir quién será el “próximo”. Antes, cuando todo estaba en manos del presidente en turno, el proceso adivinatorio era verdaderamente barroco y, hay que decirlo, muy divertido. Todo se leía, se escrutiniaba, se analizaba. Cada gesto, cada mención en los medios o en el discurso presidencial, cada mueca era vista como parte de un rompecabezas cuyo dibujo sólo conocía el así llamado Gran Elector.

Mucho de esa diversión casi adolescente se ha perdido por culpa de o gracias a las encuestas. Ahora todo son mediciones, márgenes de error, preguntas sugerentes, bombardeos publicitarios previos al sondeo. Y mientras más se esfuerzan los encuestadores serios para cerrar la rendija a la trampa o la manipulación, más arduamente trabajan los otros en buscar el truco.

A fin de cuentas, todo lo que se mide y se expresa en números se puede interpretar como a cada quien convenga. Bien decía aquel ministro de agricultura, que presumía haber duplicado la producción de leche de su diminuto país. ¿Y cómo? Pues comprando una segunda vaca...

Analista político y comunicador.

@gabrielguerrac

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