Desde que anunció su candidatura, en aquella memorable escena descendiendo por las escaleras eléctricas del edificio que lleva su nombre en Nueva York, la incredulidad ha rodeado cada momento de la vida pública de Donald Trump.

Primero en torno a que sus intenciones fueran serias y no sólo una artimaña publicitaria. Después, parecía imposible que pudiera ganar la nominación de su partido. Y la más inaudita de todas las premisas era, por supuesto, que pudiera alcanzar la presidencia. Vaya, hasta el mismo equipo de Hillary Clinton estaba de plácemes ante la perspectiva de enfrentar a Trump, les parecía el rival más fácil de vencer.

Ajá. Ya todos vimos lo que pasó con los pronósticos. Y de las risas burlonas de hace año y medio hoy sólo quedan muecas, angustias y preocupaciones. E indignación, mucha y muy justificada indignación.

Tal vez por ello, tal vez por negación o por un sentido de desesperado optimismo, corre por Washington DC la especie de que Donald Trump podría no terminar su mandato. Su notoria incompetencia, sus frecuentes dislates y sus evidentes conflictos de interés lo hacen candidato inmejorable a la remoción, ya por la vía del impeachment o de una muy poco conocida cláusula de la 25ava enmienda constitucional, que permitiría al vicepresidente y al gabinete declararlo incapaz de desahogar sus responsabilidades como presidente.

Es una posibilidad que para algunos se ha vuelto esperanza o ilusión, y no falta quien le apuesta a que Donald Trump no termine su mandato y que los cuatro años de pesadilla que nos esperan se reduzcan sólo a dos, o menos.

No dudo de los motivos y las razones, que los hay, pero como escéptico y pesimista que soy me resisto a dejarme llevar por los tesoros que nos prometen al final del arcoiris.

De lo que sí estoy cierto es de que el primer periodo de Trump va a ser el de más escándalos, abiertos conflictos de interés y descarado nepotismo de la historia moderna de Estados Unidos. Su decisión de no separarse del todo de sus negocios, con la muralla china que eso requiere, lo colocará permanentemente bajo la sombra de la sospecha y la duda acerca de sus verdaderas intenciones a la hora de que tome decisiones de gobierno. Sucedió ya con la prohibición de entrada a ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, que fue después declarada nula por los tribunales. Curiosamente ni un solo país de la región en que Trump tenga negocios, sociedades o inversiones se vio afectado.

Está después el tema de sus hijos, de los cuales los varones siguen dedicados a los negocios del padre, mientras que la hija mayor, Ivanka, es presencia permanente, algunos dirían imprescindible, en la Casa Blanca.

Su esposo, Jared Kushner, es simultáneamente el primer yerno de la nación y consejero especialísimo del presidente, y dos de sus encargos parecen misión imposible: un arreglo al añejo conflicto en Medio Oriente y otro al más reciente conflicto, creado por su suegro, con México. Los vínculos personales, familiares, religiosos y tal vez empresariales de Kushner con una de las partes en el primer conflicto lo ponen en ruta de colisión, mientras que la notoria indisposición de Trump para con México hará harto complicada su tarea.

Curiosamente son Ivanka y Jared dos de los más sensatos y capaces, rodeados por algunos bizarros personajes que, sin conflictos de interés de por medio, son mucho más nocivos, tóxicos incluso, por sus anticuadas nociones del mundo y del lugar que en él ocupa EU.

Hay muchas razones de peso para que Donald Trump sea sujeto de escrutinio por parte del Legislativo, del Departamento de Justicia, de las agencias de inteligencia y por supuesto de los medios y de la opinión pública.

Sus vínculos con Rusia, sus declaraciones de impuestos que se negó a dar a conocer, la manera en que coexistirán sus proyectos empresariales con sus muchos deberes públicos son sólo algunas.

Pero el peso político y la agresividad de Trump ayudarán a blindarlo ante los embates de muchos de sus detractores, intimidarán a legisladores y polarizarán todavía más a la ya de por sí muy dividida sociedad estadounidense.

Tal vez —ojalá— yo me equivoque y los contrapesos de la vida pública estadounidense funcionen hasta las últimas consecuencias. Pero no podemos apostarle a eso. Lo cierto es que el mundo entero tendrá que lidiar con Trump cuando menos hasta 2020, si es que llegamos hasta entonces.

Analista político y comunicador
@gabrielguerrac

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses