Hace unos días leí en la prensa nacional una declaración de Javier Duarte, el “ínclito y perínclito” ex gobernador de Veracruz, propia, sin duda alguna, de un novelista: “sé que me voy a ir al infierno, pero no me iré solo…” Holly Mother of God… A continuación supe de la existencia de una cantidad innumerable de videos y de grabaciones llevadas a cabo en el momento mismo en que este gusano extraído de un cuerpo político en avanzado estado de putrefacción, entregaba diferentes cantidades de dinero a funcionarios, legisladores, candidatos de diversos partidos, además de otros personajes sublimes, susceptibles de venderle su alma al diablo a cambio de dinero, su codiciado excremento.

En la mente demoniaca de Duarte cabía un solo argumento: él se robaría las nóminas, los fondos de pensiones, lo que pudiera arañar del presupuesto público, así como las aportaciones del gobierno federal, sí, pero repartiría una parte del producto del hurto entre diferentes personalidades a las que grabaría, sin que se percataran ni se lo imaginaran, cuando estuvieran recibiendo los recursos. La trama perfecta. ¿Por qué? Pues porque quien intentara atacarlo por los escandalosos desfalcos cometidos, que tarde o temprano se conocerían, él procedería a amenazar con la publicación de los videos si los implicados no entraban de inmediato a su rescate. Con las grabaciones se estaba comprando un seguro para disfrutar su libertad impunemente en el futuro.

¡Ah!, ¡Ah…!, pero sucede que llegaron las elecciones en el Estado de México y el partido tricolor tenía que lavarse la cara de una manera o de la otra, y por ello precipitó el arresto de Yarrington y del propio Duarte. A saber… Todo parece indicar que se rompieron los acuerdos mafiosos y a partir de entonces, si Dios no existe todo está permitido…

Escrito lo anterior, no me puedo imaginar los niveles de insomnio ni los problemas gástricos ni los conflictos de ansiedad y de desesperación que deben estar pasando los delincuentes ahora mismo, cuando, entre mojito y mojito, fueron seducidos por los poderes verborreicos del hoy ex gobernador encarcelado.

Mandar a asesinar a Duarte al estilo de la diarquía Obregón-Calles, en este caso resultaría inútil, porque este sujeto de inspiración mefistofélica, ya habría dejado copias de las grabaciones, así como instrucciones precisas para que en el evento de muerte inesperada, un tercero o terceros pudieran entregar a la prensa dicho material electrónico que comprometería a una incontable cantidad de políticos deleznables.

¿Cuántos de ellos tendrán amaneceres agónicos con el hecho de imaginar que su nombre, es decir, su capital político, podría ser destruido en un instante al aparecer en la televisión en el momento preciso de recibir el soborno? ¿Qué explicaciones dar a su familia, a su partido, a sus amigos y a sus seguidores, ante una evidencia aplastante e incontestable? ¿Cómo recuperar la paz ante la posibilidad de ver perdidos para siempre la dignidad, el prestigio labrado a lo largo de una vida y su futuro, con una simple fotografía publicada en la primera página de los diarios nacionales?

Sólo que en esta dramática coyuntura ya todo es inútil. Resulta imposible desmantelar la estrategia publicitaria tramada por Duarte en sus aquelarres secretos. Como bien decía Shakespeare: “maldad ya estás de pie, sigue el rumbo que quieras…”

@fmartinmoreno

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