Primer acto: Andrés Guardado besa el balón, dispara y convierte el penalti para México. Su efectividad es letal, pero el festejo es recatado. En tres ocasiones de alta presión lo hace de manera impecable, una vez contra Costa Rica y dos contra Panamá. Guardado es el modelo de tirador de penales que hacía años veníamos esperando. ¿Cuál fue la reacción de muchos? Expresar que al capitán del seleccionado nacional le faltó estatura de miras; debió fallar deliberadamente para darle una lección a los corruptos de la Concacaf que mañosamente nos regalaron el pase a la final de la Copa Oro. Guardado desperdició la oportunidad de pasar a la historia, fallando a propósito. Las redes sociales lo condenaron por hacer lo que corresponde a un jugador de futbol en esas circunstancias. Guardado es un jugador. No es el árbitro, ni tiene la autoridad para decretar la pena máxima. De todos modos, para muchos en México, fue una especie de comparsa de las corruptelas del deporte.

Segundo acto: El Chapo Guzmán escapa del penal de Almoloya. Cantidad de memes y de tuits lo han festinado como un auténtico triunfo de la nación. El mensaje subyacente a estos festejos cibernéticos es que el legendario delincuente ha dado una lección al gobierno, ha demostrado los niveles de corrupción que imperan en nuestro sistema de justicia. “Todo aquel que logre avergonzar a las autoridades, es mi aliado”, parecería ser el mensaje que esconden estos señalamientos. No importa el daño que ocasiona un individuo de estas características a la salud pública y a la seguridad del país. Es mayor el gusto por la humillación del gobierno que la preocupación por tener suelto, en nuestras calles, a uno de los criminales más peligrosos del mundo.

Tercer acto: Después de siete décadas de tener cerrado el mercado petrolero nacional, el gobierno abre una subasta internacional para la explotación de campos en la Sonda de Campeche. De los 14 que se ofertan solamente dos lograron colocarse. Las críticas al gobierno no se hacen esperar. Quienes se opusieron a la reforma energética lo festejan como un triunfo nacional. Quienes gozan de cualquier traspié del gobierno, también se congratulan. En realidad no hay mucha razón para felicitarse, pues la producción nacional de hidrocarburos ha declinado de manera alarmante en los últimos años y esto no nos beneficia.

A falta de contar con un psicólogo a nivel nacional, estos tres casos recientes llaman a hacer una reflexión colectiva. Lo que están expresando las redes sociales es que muchos mexicanos prefieren que al país le vaya mal, con tal de que al gobierno no le vaya bien. El enojo hacia el poder, las autoridades o la clase política es tal que se festejan sus desaciertos, así vayan directamente en contra del interés del país y de las mismas personas que vierten los mensajes en las redes. No creo que los mexicanos seamos masoquistas por naturaleza y mucho menos que tengamos aversión al éxito. Todo lo contrario: el país está ávido de triunfos y logros. Sin embargo, los niveles de rechazo a la corrupción, como lo revela la sensación de que la Copa Oro se ganó de forma mañosa y los descalabros en materia de seguridad y energía, son un poderoso llamado al gobierno, a cualquier figura de autoridad, para tomar conciencia del rechazo que generan entre amplios sectores de la sociedad. Este divorcio se manifiesta hoy en sarcasmo y faltas de respeto. Si la brecha psicológica sigue abriéndose, puede convertirse en un reto cotidiano a la gobernabilidad.

Internacionalista

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