Después de medio siglo, Cuba y Estados Unidos reabrieron sus embajadas en Washington y La Habana. Es una fecha sin duda importante. Pero antes de que veamos a Pablo Milanés cantar en el Kennedy Center o a Bruce Springsteen dar un concierto en el Malecón habanero, deberá resolverse una larga lista de pendientes y de incongruencias acumuladas por décadas de hostilidad.

La primera y mayor de dichas incongruencias será el mantenimiento del embargo económico en contra de Cuba después de reanudar relaciones diplomáticas.

El levantamiento del embargo es una atribución que corresponde al Congreso de Estados Unidos, no es una decisión que pueda tomar la Casa Blanca.

De manera que, por tiempo indefinido, Washington sostendrá la curiosa dualidad de sostener un boicot económico y comercial contra una nación con la que ha normalizado sus relaciones bilaterales. Más extravagante aún es el escenario que se avecina en la próxima Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre.

Esto es, genuinamente, para los coleccionistas de curiosidades diplomáticas: como todos los años, se presentará una resolución condenando la imposición del embargo contra Cuba y exigiendo su inmediata eliminación. El año pasado, la votación arrojó 189 votos a favor del levantamiento de esta medida y solamente cuatro votos en contra, incluyendo por supuesto, el de Estados Unidos.

En esta próxima Asamblea General deberá darse el caso inédito de que la propia delegación norteamericana vote a favor del levantamiento de las sanciones económicas contra la isla, puesto que esa es la nueva postura de la administración estadounidense. Es decir, un Estado miembro de la ONU votará a favor de una resolución que lo condena. Frente a este escenario, lo más probable es que la delegación de Estados Unidos solicite que la resolución sea adoptada por consenso y de esa manera se ahorren el vergonzoso episodio de votar contra sí mismos.

A pesar de ello, el Congreso dominado por los republicanos no levantará el embargo, esa reliquia de la Guerra Fría, con tal de no regalarle un punto político favorable al presidente Obama en este periodo electoral. Así las cosas, habrá que esperar al menos un año y medio para que el embargo llegue a su fin.

Un segundo tema candente en la relación bilateral serán las indemnizaciones que reclaman los cubanos residentes en Estados Unidos y las empresas estadounidenses que operaban en Cuba por actos de expropiación del gobierno de La Habana. A valor presente, dichas propiedades se estiman en unos 8 mil millones de dólares.

En respuesta a estos reclamos, el gobierno cubano ha hecho el cálculo de que el embargo económico y comercial le ha costado a la isla más de 150 mil millones de dólares. Más pronto que tarde tendrán que formar una comisión binacional para repartir los costos, saldar las cuentas y ante todo, despejar el horizonte para que las inversiones fluyan con normalidad hacia la isla.

Una promesa de campaña aún incumplida del presidente Obama es el cierre de la prisión de Guantánamo. Ahí fueron a parar sospechosos de los ataques terroristas del 11 de septiembre y ahí siguen encerrados.

La clausura de ese penal haría bien más a Estados Unidos que a Cuba misma, pero en el contexto de normalización de relaciones, sería un signo bienvenido por ambas partes y por la comunidad internacional en su conjunto.

El gran enigma. Finalmente se encuentra la expectativa general de Estados Unidos de que la normalización de relaciones diplomáticas traerá cambios políticos y económicos acelerados en Cuba.

Este es probablemente el capítulo más enigmático. A decir de Raúl Castro, “Cuba cambiará, sí, pero a su propio ritmo y sin pedir disculpas a nadie”.

El mandatario cubano dejará el poder, según lo ha anunciado, dentro de tres años, con lo cual entrará a gobernar una nueva generación. Las apuestas se inclinan a que se seguirá el modelo chino de apertura en lo económico y control centralizado de las decisiones políticas.

Lo cierto es que la enorme mayoría de los cubanos de hoy nunca han vivido una realidad distinta a la emanada de la revolución y muy pocos han vivido experiencias significativas en el extranjero.

Ello hace suponer que los cambios que vengan no serán una calca de otros modelos, sino un ajuste en términos expresados y entendidos en el idioma propio de la isla que es el cubano.

Internacionalista

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