¿Qué pasa cuando un sistema político-social está cimentado en la prepotencia, el nepotismo y el clasismo? La respuesta es sencilla, la semana pasada unos alumnos del Colegio Irlandés irrumpieron la graduación de sus correligionarios del Cumbres para golpearlos. Unos días después, una investigación del New York Times reveló que el gobierno mexicano espía a activistas, periodistas y hasta a menores de edad. Los eventos parecerían estar disociados, pero ambos demuestran que las élites políticas y sociales de México comparten un entendimiento del mundo: el poder no tiene límites; yo hago lo que quiero, sin escrúpulos, ni reglas, simplemente porque puedo.

En algunos colegios privados donde se educan las élites, el aprendizaje, los valores y la culturización del alumno solo ocurren, si acaso, por daño colateral. El rol de ese tipo de escuelas es construir seres que sean capaces de replicar el orden social sin cuestionarlo. Estudiantes que entiendan de forma implícita que el poder en México no se obtiene por capacidad sino por una combinación adecuada de estatus social, riqueza, apellido, forma de hablar y color de piel. Como esa información no viene en el arte, la ciencia, o los libros, el currículo académico se vuelve secundario.

Los alumnos del Cumbres y del Irlandés se han vuelto el emblema de aquel mundo clasista, misógino y desculturizado que acaba por convertirse en una fábrica de “mirreyes”. Pero sería un error pretender que los colegios de los legionarios son los únicos así, como también sería un error creer que todos los colegios privados reproducen estos esquemas. Hay una gran cantidad de colegios que buscan ofrecer educación de calidad, pero también existen un sinfín de instituciones privadas ávidas de repetir este modelo. En todos lados del mundo, las escuelas de la élite buscan reproducir sus privilegios, pero en países más meritocráticos la mejor forma de hacerlo es a través de la educación de calidad. En México el mal paso académico de un hijo se resuelve con la visita del padre influyente a la escuela. Por eso, la preocupación máxima de los colegios en México es que sus alumnos tengan el pelo corto y los zapatos boleados; se vale no saber nada, pero nunca no verse bien.

Al final los mirreyes son ante todo, víctimas inconscientes de un sistema socio-familiar que los acaba por marginar del mundo y la realidad. El mirrey habita un vacío de “a-culturalidad.” Nació en la casa con meseros pero sin libros; su aprendizaje es empírico y el mundo que los rodea —real o aspiracional— parece demostrar las ventajas de la opulencia y la desigualdad. Su relación con “la otredad” siempre es vertical, y por ello su relación con la sociedad es eminentemente clasista. Los mirreyes son la consecuencia de la sobreprotección, el exceso de poder y la claustrofóbica estrechez de la burbuja con la que se recubre ese mundo. Al final de cuentas la vacuidad de su marco cultural le impide entender las limitaciones de su propia naturaleza. El hecho de que los mirreyes se hayan constituido como una especie de anticultura social se debe a las limitaciones de los propios marcos referenciales en los que crecieron; el hecho de que la sociedad les otorgue —de facto— éxito social y político es lo que es preocupante. Es ahí donde se construye una ideación social verticalizada que genera violencia. Es ahí donde nace la noción arraigada en la clase política de que el poder es absoluto y que nadie debe meterse con él. Es ahí donde nace la desconfianza y después el desdén de la elite política y social hacia lo que no se tuvo: el marco cultural que permite un marco crítico.

¿Cuáles son las consecuencias del éxito de este sistema? En el campo de lo micro se crea una élite violenta y clasista que es capaz de mandar a sus guardaespaldas a agredir a quienes, para cualquier observador externo, parecerían sus símiles. En el campo de lo macro se crea una clase tan maravillada por su propio poder y tan ajena a los límites de éste, que espía a todo quien no piense como él. Es absurdo e irresponsable creer que los problemas nacionales son culpa exclusiva de una clase, un sistema educativo particular o un actitud ante la sociedad. Pero no hay duda de que si unos jóvenes de 18 años tienen el poder y la voluntad para mandar a señores armados a golpear a sus compañeros, muchos años después, esos mismos jóvenes —ahora adultos— tendrán el poder y la voluntad de romper la ley y mandar a agredir, espiar, reprimir, y en algunos casos, eliminar, a quienes disienten con ellos.

Analista político.
@emiliolezama

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