En la frontera sur de México se incuba lo peor del continente. Apenas ayer, el ex coordinador para la Atención Integral de los Migrantes en la Frontera Sur, Humberto Mayans, decía en entrevista con este diario que Guatemala, Honduras y El Salvador conforman la región sin guerra más peligrosa del mundo.

La principal razón de esa violencia son las pandillas, dicen las propias autoridades nacionales de esos países. Y quizá las más conocidas entre ellas son las Maras.

Por eso hay que prestar atención a la advertencia hecha ayer por el gobierno salvadoreño: las pandillas denominadas Mara Salvatrucha (MS-13) y Mara 18 (M-18) negocian unificarse en una sola fuerza que se llamaría la Mara 503 (en referencia a la clave telefónica internacional de El Salvador).

El objetivo de los grupos sería ganar capacidad de ataque frente a la embestida militar que el país centroamericano ha emprendido contra las Maras como consecuencia de la crisis de seguridad en la región.

A reserva de confirmar lo dicho por el gobierno salvadoreño —la hipótesis se basa en el arresto de un periodista y un ex guerrillero que serían los “cerebros” detrás del plan de unificación— el dato duro es claro: de enero a la fecha hubo 3 mil 577 homicidios en aquel país, que confirman una tendencia al alza en la violencia. En el mismo periodo de 2014 hubo 2 mil 191 asesinatos.

No es descabellada la idea de una alianza entre pandillas si se observa la historia del crimen organizado mexicano. Los cárteles han formado alianzas también con esos grupos tanto para el trasiego de droga como para atacar a rivales.

Frente a esa realidad, la respuesta tentadora desde la autoridad podría ser simplemente eliminar a los miembros de las Maras. Sería peligroso considerarlo así. No sólo por una consideración de derechos humanos, sino porque el propio crimen organizado mexicano ha demostrado que mientras existan las condiciones sociales propicias, siempre habrá “carne de cañón” disponible para ser usada.

En Ciudad Juárez, donde la violencia se redujo significativamente en los últimos años, lo que el grupo ciudadano encargado de salvar a la ciudad presume es que al mismo tiempo se tomaron medidas sociales y de seguridad. Algo en apariencia simple como aumentar los horarios escolares de los niños —para alejarlos de los periodos en que permanecían solos en las calles— resultó en menor reclutamiento criminal.

No hay formulas 100% replicables a cada zona. Sin embargo, México tendría que aportar soluciones junto con Centroamérica para curar un cáncer que afecta a todos.

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