En un entorno tan viciado por la ilegalidad y los actos de corrupción parecería que infringir un límite de velocidad o pasarse un alto son cuestiones cuya trascendencia es nula. Sin embargo, es desde el respeto a estas normas tan básicas de convivencia social que se construye la idea de legalidad en las sociedades.

En ocasiones, culpar al que detenta la autoridad es la respuesta sencilla que algunos dan para explicar muchos de los problemas que aquejan a la población. Pocas veces el ciudadano reflexiona sobre las faltas que comete —por muy “pequeñas” que éstas sean— , y como dichas faltas contribuyen al deterioro del entorno social en el que vive y al que, en tantas ocasiones, critica.

El accidente ocurrido el 31 de marzo pasado sobre Paseo de la Reforma es uno de muchos ejemplos que, a diario, evidencian la falta de cultura cívica —y vial— que impera en muchas ciudades del país. No tendría que ser necesario que una infracción termine en tragedia para que la sociedad condene las violaciones al Reglamento de Tránsito; es necesario que el ciudadano asuma la parte de responsabilidad que tiene en favor del bien común y que en su día a día no tolere ni incurra en faltas o en actos que minen, poco a poco, la vida en sociedad.

Si una medida como las fotomultas —tan criticada por la forma en la que se implementó— no es bien aceptada por gran parte de la sociedad, ésta debería demostrar, a manera de protesta y propuesta cívica, que sabe bien respetar el reglamento en la materia.

Podría parecer un tema menor, pero si se toma en cuenta que los accidentes de tráfico de vehículos de motor —así listado por el Inegi— son la cuarta causa de muerte en el país, el tema se reviste de una importancia primordial.

El conductor debe saber que se encuentra ante una inmensa responsabilidad al ponerse tras el volante y tomar su parte del trabajo: respetar los señalamientos viales, no conducir bajo los influjos de sustancias que alteren las capacidades, mantenerse alerta. Pueden sonar repetitivas estas recomendaciones, pero lamentables accidentes como el de la semana pasada dejan claro que a la población le falta comprenderlos y aplicarlos.

El ciudadano debe estar consciente que faltar a una regla, sea la que fuere, es ya un acto que violenta y desgarra el tejido social. No existen faltas o infracciones “pequeñas”; todas dañan por igual la sana convivencia entre ciudadanos. No se puede juzgar a las autoridades con una mano mientras con la otra se dejan de respetar reglas tan básicas como las viales.

La congruencia en este sentido abonará a que se eviten accidentes, se salven miles de vidas y se demuestre que la ciudadanía puede poner el ejemplo en un cambio de raíz.

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