Por definición, en una democracia los partidos políticos están llamados a ser instrumentos para que, a partir de la representación social, la ciudadanía acceda de forma legítima al poder público. Debido a que idealmente son integrados por personas comunes, también son canales que permiten conocer de primera mano el sentir ciudadano y facilitan proteger el interés público.

Sin embargo, en México los partidos políticos más bien son herramientas de poder que tradicionalmente se mantienen lejos de la sociedad a la que representan y que apelan al deber cívico solamente en coyunturas electorales. No es casual que estén entre las instituciones públicas más denostadas y que más desconfianza generan a los mexicanos.

En un momento tan complejo como el que atraviesa nuestro país, en el que urgen acciones para reducir el gasto público, tenemos ejemplos de instituciones que en conciencia implementaron medidas de austeridad al renunciar a parte de los recursos que se les asignó. No obstante, los partidos políticos no se cuentan entre éstas.

Como hoy publica EL UNIVERSAL, los partidos políticos en México no sólo se resisten a la austeridad, sino que toman dinero de otros organismos públicos para cubrir gastos como la representación ante el Instituto Nacional Electoral (INE), la operación de sus Órganos de Vigilancia, hasta boletos de avión y apoyos administrativos.

Es decir, los partidos quitaron 178 millones de pesos al presupuesto del INE en 2016 para cubrir algunos de sus propios compromisos. Mientras las condiciones económicas del contexto global exigen controlar el uso del dinero público, los partidos políticos mexicanos continúan gastando sin ninguna restricción.

De 1997 a la fecha, los partidos políticos han costado al erario más de 60 mil millones de pesos. Ese dinero no se ha traducido en formación cívica o en la construcción de canales que mejoren la relación entre gobernantes y ciudadanos, por ejemplo. El desencanto de los mexicanos frente a sus representantes puede explicarse a partir de ello: los partidos no solo son insensibles con la sociedad, sino que abusan del dinero público para beneficio propio.

Usar el dinero presupuestado en un rubro para cubrir otro puede llegar a ser no solo éticamente reprobable sino hasta ilegal. Cada partido político debe reparar en esta situación y tomar las medidas conducentes. Los partidos pueden demostrar que su motivación para el servicio público no es económica y que se oponen a esta práctica. Al ser sus representantes, están obligados a recuperar la confianza de un electorado que los mira con recelo. Pueden ponerse a la altura de los mexicanos.

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