Eran numerosas las voces que advertían de las poco nobles intenciones de la administración Trump. A pesar de ello se mantuvo la hipótesis de que la actitud del magnate neoyorquino podría cambiar al conocer de cerca los beneficios mutuos que han dejado más de dos décadas de sociedad comercial. Los resultados están a la vista: el desencuentro entre los gobiernos de México y Estados Unidos se veía venir y ayer sólo se confirmó.

La inestabilidad verbal del presidente estadounidense, que un día coloca a México como una nación cuya estabilidad económica le conviene a Estados Unidos y al día siguiente asesta un golpe que hace imposible cualquier diálogo, sólo parece eludir la verdadera antipatía contra una nación vecina.

La actitud del mandatario estadounidense —de imponer su punto de vista y de preferir el monólogo que el entendimiento mutuo— ha ayudado a crear un ambiente generalizado en el país para alzar la voz y rechazar sus propuestas fuera de lugar.

Como pocas veces, México está ante una oportunidad de emprender acciones de manera coordinada y consensuada. Las propuestas están surgiendo desde los más diversos sectores, y ninguna merece desecharse; por el contrario, en esta situación no se trata de desestimar ideas, sino de sumar, sin importar la ideología de quien la plantee.

En el Poder Legislativo, en especial en el Senado, órgano que de acuerdo con la Constitución debe avalar la política exterior, todas las fuerzas ahí representadas han tenido una actitud de colaboración para plantear una “política exterior de Estado” ante las medidas que ha adoptado el gobierno estadounidense.

Desde otras tribunas el sentimiento es similar: “no” a negociar con Trump y total respaldo a la decisión presidencial de cancelar el encuentro que se había pactado para el próximo martes.

Hasta antes de 1994, México era generalmente considerado el patio trasero de Estados Unidos. En el mejor de los casos era acreedor a una política de “buena vecindad”. Ni siquiera esto último se dibuja actualmente en la política de Trump. Ante este escenario debe dominar la unidad por el riesgo de eventuales nuevas afrentas.

No se trata de defender al gobierno, sino al Estado mexicano. En territorio estadounidense son millones de connacionales los que pueden llevar la peor parte; hay que ponerlos al centro. Es hora de acciones concertadas para contrarrestar medidas que pudieran ir en detrimento de ellos.

Trump ha venido a despertar un sentimiento de unidad pocas veces registrado. Bien encauzado puede dar un nuevo rostro al país. Hay que aprovecharlo.

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